jueves, 26 de julio de 2012

9ª etapa / Nejera – Sto. Domingo de la Calzada (Quiquiriqíiiii)


“Just my rifle, my pony and me”. Llevo oyendo a Mikel tararear esta canción todo el día. La entonaba Dean Martin, ayudante del sheriff John Wayne en “Río Bravo”. Esta mañana, cuando salíamos de Nájera cruzando bosques de pinos y rocas tipo Colorado, la hemos emulado todos juntos, imaginando nubes de humo al fondo de la llanura, quizás preludio del ataque de los indios arapahoes o los iroqueses. Pero el ataque no se ha producido al fin. El humo de los pieles rojas eran nubes en lontananza, y su amenaza la nieve o la lluvia. Quizás ésta llegue mañana, cuando cambiemos Burgos por la Rioja, pero para entonces habremos llegado ya a “Fort Belorado”.

Hoy el protagonista ha sido el viento. Siempre de cara, ha cortado los labios de mis amigos bípedos, les ha enrojecido nariz, manos y orejas, y nos ha hecho desarrollar una etapa prácticamente en silencio.

Al fin, después de pasar por Cirueña, un pueblo fantasma con campo de golf, adosados relucientes y menos presencia humana que las islas Columbretes, hemos arribado a Santo Domingo de la Calzada… ¡¡¡DONDE CANTÓ LA GALLINA DESPUÉS DE ASADAAAA!!!

La cosa es que en el medievo ahorcaron al joven hijo de unos peregrinos, acusado falsamente de robo. Retirada la multitud después del evento, cuando sus progenitores fueron a recoger el cuerpo del ajusticiado, que pendía del cadalso, se obró un milagro. El hijo les habló desde la soga. Había sobrevivido gracias a la mano de Santo Domingo (Domenico, como dice nuestro amigo Angelo, el turinés). Fueron los padres a contar el prodigio al corregidor de la villa y ante tan fantástica historieta se burló diciendo: “su hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina asados que me voy a zampar ahora”. Dicho y hecho. Santo Domingo volvió a las andadas y dio vida a las aves, que se pusieron ipso facto a dar el do de pecho. De ahí el refrán.

En este pueblo ves gallos y gallinas por doquier. En la catedral, flipen ustedes, hay una pareja viva encima de un confesionario, en recuerdo del milagro. Por cierto, que el edificio y su exposición contigua deben de ser dignas de ver, según me han contado estos. A mí no me han dejado entrar por razones obvias: soy alérgico a los gallináceos.

He dejado a media tarde a Ainzúa escribiendo su diario y a Mikel feliz y concentrado con un palo, una lija, una navaja, un clavo y una punta de metal que ha comprado en una ferretería.

Ahora pernocto en la cuadra de José Manuel. Es de esas personas que da gusto encontrarse en el Camino. Cuando más difícil estaba la cosa de mi alojamiento le hemos encontrado, ha dejado lo que estaba haciendo, y me ha habilitado una cuadra junto a Rex, su perra, entrenada por la Guardia Civil, y dos caballos blancos. Se ha reído cuando éstos le han preguntado el precio. Mañana se llevará un pañuelico, estoy seguro.

Ahora voy a ramonear un poco antes de acostarme, satisfecho con la etapa de hoy, realmente bonita, suave, llana. Soñaré con la tierra roja de la Rioja, que mañana abandonamos, con esos paisajes que parecen sacados de una cinta del Oeste, de las clásicas, de John Ford. Soñaré quizás con el gallo y la gallina de Santo Domingo, imaginando la canción que cantaron después de asados. Seguro que se adelantaron siglos a Dean Martin: “Just my rifle, my pony and me”.

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