jueves, 26 de julio de 2012

8ª etapa / Navarrete – Najera (¿Quién dijo miedo?)


Supermán tenía su criptonita, yo tengo los ríos pequeños. Había un programa en Telecinco, “la Caja” creo que se llamaba, donde trataban fobias, traumas y chaladuras varias. ¡Qué papelón habría hecho yo allí! Hoy se la he liado bien liada a mis compadres bípedos.

Imaginen un río tipo Sadarcillo, o más pequeño. Imaginen luego un puente con listones de madera y con dos cadenas como únicos asideros. Pues no sé qué me ha pasado, tú. Ni acercarme he podido. Y estos intentándolo todo. Hasta me han tapado los ojos para quitarme el miedo, pero nanai, aunque el agua es inodora, mi olfato detecta la sobaquera de las ranas. O qué sé yo.
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Estábamos a tiro de lapo de Nájera. El día, con una niebla densa de madrugada y un cielo encapotadísimo al mediodía, había transcurrido sin incidentes. Hemos salido de Navarrete saludando a los quintos que regresaban a casa después de la jarana y alguno especialmente trasnochado me ha ofrecido incluso restos de su copazo. Luego, viñedos antiguos, bodegas majestuosas, un paisaje típicamente riojano, y yo andando a muy buen ritmo. Pero es que a mí los ríos… A nadie le he de contar de dónde me viene el miedo. Quizás estuve a punto de ahogarme cuando aún era un pollino, no sé. El caso es que estos se han tenido que recorrer un buen extra de camino para cruzar la regata por el arcén de la carretera nacional. Y encima he provocado algunas tensiones entre los humanoides. No preocuparse, que no ha llegado la sangre al río (nunca mejor dicho),
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Superado el bache, hemos llegado a la que fue capital de nuestro Reyno, la ciudad del mueble, aunque no he visto ni un triste sinfonier.
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Eran las cuatro de la tarde y las calles parecían vaciadas por un holocausto nuclear. Aún así, con la ayuda de la avanzadilla (Santi y Patri, que habían llegado antes en coche) hemos encontrado un alojamiento para el menda. A cubierto, sí. Cercadito, sí. Pero una mierdaca de alojamiento. El tipo propietario del cobertizo les ha cobrado a estos diez euros, pero cualquiera de ustedes pagaría el doble por haber visto la cara de Mikel al meterme en aquel estercolero. Eran unas cuadras donde otrora hubo caballos y ahora sólo pululan perros sarnosos. Pululan y cagan. Y mean. ¡Qué cerdada de lugar! Un olor a orín podrido y chucho mojado, un polvo pajizo, decenas de heces esparcidas por doquier mezcladas con paja rancia… hemos hecho de tripas corazón y he entrado, a disgusto, en aquel cuchitril. Pero Mikel se ha quedado cruzadillo y un poco indignado. No crean que su desvelo era sólo por mí, ¿eh? Estoy seguro en que pensaba sobre todo en que mañana temprano deberá cepillarme, como cada mañana, debido a mi afición a revolcarme allí donde esté. ¿Menuda papeleta, no?
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Es por eso que después comer un bocadillo, desahogarse a gusto, discutir un poco y llegar a un buen acuerdo, ha vuelto a la cuadra para limpiarme la estancia, puesto que el propietario les había dado las llaves para no tener que madrugar.. Con un sarde y una pala, Mikel y Javier han arrinconado toda la paja sucia en un rincón del pesebre, y han destrozado una paca limpia para hacerme la cama y que me revuelque a placer..
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Al final, tras buen esfuerzo (no habían hecho ni quitarse las botas) y unas cuantas arcadas, mi habitación ha quedado bastante presentable, y desde aquí escribo, revolcándome en paja limpia. La sucia la han separado de mí con una cuerda de barrera, pero la sensación de vergüenza que les ha dejado aquel señor (sobre todo a Mikel) les ha sabido peor que el hedor picante y nauseabundo de aquel lugar…

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Pero eso es cosa del pasado, porque hoy, domingo, día del señor, es día de colada. Mis compadres se han duchado, han lavado la ropa de la semana, les han dado un saco de cosas sobrantes cada uno a Gabri y Edu, que vuelven a Pamplona y ahora cenan relajados en el albergue municipal. Una dificultad más que vencen, una lección más que aprenden, una experiencia más que acumulan. Y es que, como bien dicen, lo que no mata engorda. Incluso las fobias, o el olor a mierda de perro.

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