jueves, 26 de julio de 2012

5ª etapa / Estella – Los Arcos (Colmillos de acero)


Buenas tardes bipedianos. El otro día dije que odiaba a los perros que ladran desde las verjas de jardines, huertas o chamizos. Pues bien, hoy es el mejor día para reafirmarme en lo dicho. Escribo estas líneas desde la entrada de un albergue de Los Arcos, donde estoy atado y con un cubo de avena delante de mis morros. Hace una tarde perfecta, los pájaros cantan, no hay nubes en el cielo, la temperatura está ideal y hemos dado los tres un paseo en el que he concedido a Mikel que montase en mi grupa. Luego dormiré en la era de un señor muy amable en compañía de dos cabras pigmeas con pinta de simpáticas.——————— .

Pero este día tan bonito pudo haberse truncado esta mañana en al menos dos ocasiones. En ambas, por culpa de los perros. No hablo de esos seres dóciles que hacen honor a su fama de fidelidad. Hablo de esos perros grandes, desaliñados, que huelen a humedades y a miserias, esos chuchos a los que los palos de la vida han hecho hoscos, agresivos, malencarados y peligrosos. Desgraciadamente abundan en la geografía Navarra, y hoy nos hemos cruzado media docena.
.
El que me ha puesto aquello de lo que carezco por corbata ha sido un mastín gris enorme, con papada y calvas como de sarna o de inquina, que tenía unas patas con uñarracas que superaban en magnitud a mis pezuñitas. Vive en una especie de fábrica o almacén abandonado sin cercar y custodia cosas inservibles. Chatarras que sus amos acumulan por desidia o por patología diogenésica pero por las que el fiero can daría su vida o mataría. Así de imbécil.
.
Sólo por pasar por allí, por transitar por el camino de Santiago, como miles de peregrinos, ya nos quería despedazar. En su frenesí de aspavientos que parecían más rugidos de oso que ladridos amenazaba con romper las dos cadenas que le asían a una columna de hierro oxidada. He visto la ira en sus ojos, he visto su locura, cómo quería pagar con nosotros la vida perra que le han dispensado sus dueños, más locos y crueles que él sin duda. Al no haber valla alguna que le separase de nosotros, he sentido el mismo escalofrío que debió de sentir Clarice en su primera visita a Aníbal Lecter.

——————
Pero bueno, mirando al suelo, nos hemos ido a seguir caminando. Yo estaba algo alterado y me he pegado un buen rato “de que no” para desespero de mis compadres, pero todo se ha arreglado con el almuerzo. Para mí, pienso con pan seco, cortesía de la hípica donde dormí anoche. Para ellos, chorizo, queso, pan de ayer, vino de Irache en bota y un par de dátiles. Se han fumado su pipa nueva yo he tomado de postre unos brotes de trigo. Y tan felices todos. Hasta el redil.
.
El redil era una casa medio en ruinas que albergaba (según podíamos escuchar) a ovejas. Claro, el problema de las ovejas no son ellas sino, ya lo imaginaran, los perros que las custodian. ¡Rediós! Los hemos visto correr hacia nosotros desde lejos, ladrando, con sus colmillos brillantes y su mala baba. Eran tres perrazos de una raza que no sabría definir, pero muy feos. Negro y blanco sucio, morro grande y sin pelo, ojos amarillos…

.
La escena ha sido horrible, pero ahora sé que puedo confiar en mis dos compañeros de viaje. Armados con sus bastones, han hecho frente a la jauría homicida sin que les temblara el pulso. Al final ha aparecido un pastor a lo lejos y Mikel le ha gritado que llamase a sus bestias. El jodido de él, antes de hacerlo, y con los perros atacando como locos a dentellada limpia, ha alcanzado a responder: “tranquilos que no hacen ná”. No le he coceado por no armarla, al tío mugre ese. Por cierto, que Ainzúa, paradigma de sangre fría en momentos de tensión, ha vivido esta batalla con el palo defendiéndome en una mano y con la otra hablando por el móvil con su madre, que ha debido quedar patidifusa al asistir a la probable muerte en directo de su hijo, el amigo y el burro de éstos.

———————– .
Pasado el peligro, sanos y salvos y con la inmensidad de campos sembrados, viñas y encinares, me he calmado y he cogido ritmo hasta alcanzar a una peregrina alemana. Estudia medicina y ha dado bastante coba a estos dos panolis (sobre todo a Mikel, que intentaba hablar inglés y le salían rebuznos).
.
Ella ha seguido hasta el siguiente pueblo, pero estos (dicen que por hacerme el favor a mí, pero no sé) han decidido parar aquí después de 22 kilómetros. Ahora degluten con avidez leonina un plato de sopa y unas albóndigas de lata en un albergue muy agradable donde he sido colmado de mimos y caricias. Y en cuya entrada, sintiéndolo mucho, acabo de mearme larga y calientemente.
.
PD: ya viene Mikel con un cubo, no sé si le he dejado acabar la sopa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario