jueves, 26 de julio de 2012

4ª etapa / Puente la Reina – Ayegui (La pipa de la amistad)


Escribo desde una hípica con setenta caballos. Mis compadres bípedos pernoctan en un polideportivo municipal, debajo de una pista de futbito en un par de camas. Están sólos. El Camino de Santiago en invierno tiene eso, que la soledad es tu única acompañante.


Hoy ha sido un día duro. No en lo climatológico, porque el sol seguía brillando en un impoluto cielo azul, sino en lo físico. Estos me han venido a recoger a la hípica de Puente la Reina con su tío Mariano al filo de las nueve de la mañana. Hasta las nueve y media no hemos salido.

Yo tenía ganas de salir de allí, porque después de lo que conté ayer, la experiencia no ha sido tan gratificante. Las yeguas güiris, unas estiradas, y los 25 napos de mis compadres apenas se justificaban con el pajar con olor a orines equinos que cubría el suelo de mi establo.


Pero bueno, cuando les he visto a mis dueños, me he alegrado, y he comenzado a andar con brío, con energía, como si me fuera a comer el mundo empezando por Navarra. Eso era porque no sabía lo que me esperaba. De Puente a Ayegui, donde duermen Mikel y Ainzúa hay unos 23 kilometros. Se han hecho muy duros, sobre todo por el tema de las cuestas. “Etapa de toboganes” decía la guía. No se equivocaba. Antes de Cirauqui ya nos había tocado escalar cuestas cinco veces. Y luego bajarlas (incluso por una calzada romana).

A mí lo de bajar, como expliqué ayer, no se me da mal. Y de hecho he dejado atrás ágilmente desfiladeros embarrados de gran pendiente, escaleras imposibles, puentes de madera endebles… pero lo de subir las cuestas. ¡Hay madre burra! Eso es otro cantar. Sin ir del ramal me apaño al principio. Remoloneo, me paro un poco, disminuyo la velocidad… pero con los “EEEHHAAA” de mis compadres y con la amenaza de un palo en mis posaderas, tiro. Eso sí, cuando ya llevo 15 cuestas, la cosa cambia.

Lo han intentado todo: susurrarme al oído como en aquella película tan cursi, fingir que me dejaban abandonado, como con los niños pequeños, llorar para darme pena, e incluso el burdo truco de una manzana ensartada en una rama para que la siguiera. Éste último les ha resultado para entrar y atravesar Mañeru, pero luego ya, la única manera de hacerme andar era bajando el ritmo a dos por hora.

En resumen diré que hemos andado ocho horas en total para un recorrido que hubiera costado unas cinco y media. Tranquilidad, mis compadres van holgados de paciencia y buen rollo y no tienen nada mejor que hacer que andar y andar. El problema quizás ha sido llegar a Estella y recibir, de parte de uno de los trabajadores veteranos de las cuadras del insigne rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, una negativa a la petición de asilo nocturno para el menda.

El anciano, que no sé si era el apoderado o el que saca la mierda de los pesebres, ha torcido el morro cuando le hemos pedido una cuadra, una era, algo. Podríamos haber insistido, pero Javier tenía el móvil del propietario de una hípica en el siguiente pueblo, Ayegui. “Venga, que le den a estos, lástima les pille un toro, vamos a Ayegui que está aquí al lado”. “Aquí al lado”, pobres criaturas.

El pueblo en sí estaría a no más de dos kilómetros, cierto es, pero las cuadras donde estoy ahora… Imaginad, donde Cristo dio las tres voces, pues tres o cuatro valles más allá. “No tié pérdida”, decía el buen hombre que me iba a alojar. ¡Su padre! (con perdón). Si no hemos atravesado tres viñedos, un monasterio (el de Irache) y cruzado una carretera nacional… hasta un cabo de la Guardia Civil se ha apiadado de nosotros y nos ha preguntado por la salud.

En fin, al final hemos llegado, pero si yo estaba hecho añicos, éstos eran gravilla fina. Han tenido suerte de que les llevara al albergue un jinete de la hípica en coche, otro les traerá mañana a por mí a las siete y veinte de la mañana.

Ahora reposan en una habitación para setenta y están ellos sólos, como he dicho. Donde duermen, hay temperatura ambiente, la temperatura ambiente de la calle, se entiende. Es por ello que, después de ducharse y en medio de temblores que harían a Franco parecer una estatua de bronce no han salido del bar del polideportivo.

Mucha lástima deben de dar los pobres, pues el amable tabernero que lo atiende les ha sacado unos croissanes de chorizo y salchichón sobrantes de una merendola de cumpleaños infantil.ni las migas han quedado, y no han lamido el plato por pudor. Además les ha hecho el favor de cocinarles unos espaguetis insípidos de esos de sobre que traían en mis alforjas. Ahora departen con el barman sobre templarios y sarracenos, en espera de unos amigos que van a traer un cargador de móvil que Mikel olvidó en Cizur Menor.

Aún son panolis, pero se irán curtiendo. Sobre todo después de la de hoy. Al volver derrengados de la hípica al albergue, el camarero les ha preguntado por el borrico. “¿En una cuadra? ¿Pero qué cojones? ¡Si lo podríais haber dejado aquí mismo, detrás del frontón! Mira que no preguntar…”

Pues eso, lección del día en el camino: el que no llora, no mama.

Y el P.D.: si uno de los grandes problemas de hoy han sido las cuestas, atentos a cómo titula la guía la entrada a la Rioja: “UN CONTÍNUO SUBE Y BAJA”. Y sigue: “…Pero antes obsequiará al caminante con una etapa dura por sus continuos repechos, capaces de poner a prueba unas piernas curtidas ya a estas alturas del Camino”. Que Dios nos pille confesados.

PPD: me cuentan que Gabri, Edu, Sotés y Paloma les han regalado a estos dos pirados una pipa de caballeros de madera de brezo. Os odio… ¿porqué alimentáis su estética y sus chaladuras? pero sé que ellos os quieren.

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