jueves, 26 de julio de 2012

39 etapa / Pedrouzo – Monte do Gozo (Mañana estamos, Santiago)


Opino que básicamente hay dos formas de tomarse la vida: con o sin buen humor. Por fortuna servidor, y dueños, son más de la primera opción. Más vale, porque si no, el día de hoy, el último que pasamos juntos… en fin, lean, lean.

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Les avanzo que después de cuarenta días y casi ochocientos kilómetros juntos, hoy, la última etapa, los últimos 15.000 metros, los hemos hecho por separado. Javier y yo por un lado y Mikel, por otro. No se asusten, seguimos siendo todos amigos. El motivo no ha sido una mala riña, sino -en mi opinión-una pequeña broma que Santiago nos tenía reservada para hacernos escarmentar por nuestra falta de previsión y para poner a prueba nuestra capacidad de reacción e improvisación ante las adversidades.
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Hoy hemos salido tardísimo del albergue. Los últimos. Después incluso de una cuadrilla de irlandeses que ayer celebraron San Patricio hasta las tantas. Era el último madrugón para la última gran etapa (aún no estamos en Santiago, pernoctamos en Monte do Gozo, pero mañana son sólo cuatro kilómetros).
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Ayer hablaron con mi comprador, un panadero de Piedrafita que se encariñó conmigo y que les dijo que era necesario hacer un sencillo papeleo -la guía de transporte animal- para que viniese a recogerme mañana con un remolque.
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“Bueno”, pensaron mis compadres, “mañana buscamos en google un veterinario en Santiago y que nos haga la guía esa en un tristrás”. ¡Já! No habían salido esta mañana de Pedrouzo cuando un coche se para y se bajan dos hombres muy amables curiosos con mi presencia. Hablando, hablando sale el tema de la guía (ellos tienen ganado). Y les dicen: “Pues eso lo tenéis que hacer en el Servicio de Explotación Agrícola de la Xunta, en el barrio de San Lázaro de Santiago”. Vaya, dependemos de funcionarios y es viernes, cierran a las dos y no abren hasta el lunes, fecha en la que mis compadres marchan de Santiago…
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“¿Qué hacemos?”, se preguntan mis amos. Lo primero es llamar al servicio ese a ver si la cosa se puede hacer por teléfono. Cuando dan con el número, después de cinco llamadas a diferentes consejerías de la Xunta, les dicen que por teléfono es imposible, que el trámite tiene que ser presencial, porque se necesitan mis papeles y la firma de uno de mis amos.
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Acción-reacción-acción. Sopesan pros y contras y deciden que Mikel se adelante hasta Santiago (porque son las once y a las dos a pata no llegan a mi ritmo ni de coña) y haga los papeleos que les permitan desprenderse de mí dentro de la legalidad vigente. ¿Cómo ir? ¿Corriendo? No. ¿Volando? Tampoco. Pues ahí tienen a los dos colegas que se abrazan en un bosque de eucaliptos, se desean suerte, y se separan. Javier y yo seguimos por la senda del Codex Calixtinus y Mikel sale a la carretera sudando del calor y el agobio a hacer autostop. Se marcha con el móvil de Javier, (el suyo no tiene batería), su palo, su mochila y su olor a mí.
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Pasaban los coches sin detenerse ante los ruegos de Mikel y éste comenzaba a perder la esperanza. El tiempo corría, la hora de cierre de la oficina de la Xunta se acercaba y el plan se desvanecía… Pero después de 20 angustiosos minutos, ocurrió el milagro y apareció él. Era un Audi, gris metalizado creo, y desde que Mikel lo atisbó en el horizonte con el pulgar extendido, asumió que no iba a parar. “Un coche caro, un peregrino andrajoso… no combinan bien”. Pero los tópicos son idiotas y la idiotez del prejuicio ha quedado patente cuando el Audi ha parado en el arcén y su conductor, un hombre trajeado y con corbata, ha preguntado a Mikel a dónde iba. “¡A Santiago!”. El conductor le ha dicho que él le podía dejar sólo a cinco kilómetros de donde le había recogido y que luego Mikel tendría que buscarse la vida.
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Menos da una piedra y Mikel, muy agradecido, acomodaba palo, mochila y posaderas en los asientos tapizados del automóvil en menos que canta un asno. Cuando mi amo se ha presentado y ha relatado a su ángel de la guarda nuestra rocambolesca historia, éste ha revelado una de esas coincidencias que sólo ocurren en situaciones así. “Pues precisamente yo trabajo en la Consellería de Agricultura y conozco a un sinfín de veterinarios a mi cargo que si no llegas a tiempo te pueden sacar del apuro”. Una vez más, la luz del Camino se abría paso entre los nubarrones. Había plan A y plan B, que es más de lo que podrían soñar mis compadres bípedos.
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Al final, Antón -así se llamaba el conductor- le ha dejado en la puerta de la consejería despidiéndose con un “buena suerte”. Resultó que no era ese el edificio buscado, pero las oficinas donde tenían que resolver la papeleta no quedaban más que a veinte minutos a pie. Calle O Concheiros. Mikel avanzaba veloz, sin detenerse a pensar que después de miles y miles de metros a pie para llegar hasta Santiago de Compostela, acababa de entrar en la ciudad en coche. “Disculpe señora, ¿la calle O Concheiros?”. Estaba en ella, de hecho, la pregunta la había formulado enfrente mismo de las dependencias buscadas.
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Al fondo a la izquierda
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Mikel entra en la oficina y pregunta por Carlos, el veterinario de la Xunta con el que había hablado por teléfono. “Al fondo a la izquierda”. Con su palo, su mochila, sus polainas y sus pintas, se acomoda en el aséptico despacho del funcionario y saca, con aire triunfal, mis papeles, los datos del comprador y todo el pifostio. Sin embargo, el hombre los hojea chasqueando la lengua, suspirando y meneando la cabeza.
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Resulta que había errores de forma debido a regulaciones diferentes en Galicia y País Vasco (¡viva la descentralización autonómica!)… Mikel miraba con miedo cada gesto del funcionario.
Rezaba, creo, temía tener que acabar esta historia comiéndome asado en el Monte do Gozo acompañado de una guarnición de patatas.
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Pero el funcionario se apiadó. “Se lo vamos a hacer, porque se lo vamos a hacer, pero esto tenía que ser así, así y así”. Mikel no entendía, sólo asentía inundado de un enorme alivio.
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“Bien, pues muchas gracias, ya está ¿no?”. No, no estaba, faltaban por pagar los gastos de expedición del documento: 2,88 euros. Mikel ha sacado su cartera para abonar lo acordado pero… “No, perdona pero eso tiene que ser abonado en un banco o caja de ahorros”. Quedaban veinte minutos para que los bancos y la oficina cerrasen… Así que Mikel, sin coger ni siquiera su abrigo, ha salido escopeteado de la oficina a buscar un banco. Banco Gallego, lo encontró pronto. Ha entrado y una mujer que ha percibido su apuro le ha cedido el turno. Mientras el dependiente cursaba el pago golpeando con el sello la copia del recibo por triplicado, Mikel se ha fijado en un detalle. Un retrato de la pétrea faz de Santiago. Quizás piensen que esté loco, pero juraría que en ese rostro, de normal serio y hierático, ha percibido Mikel una sonrisa maliciosa.
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Presentado el recibo, sólo le ha quedado a Mikel desear un buen fin de semana al veterinario y agradecer sus desvelos. A la salida ha preguntado el modo de volver unos kilómetros para encontrarse con Javier y conmigo. Maika, la gentil amiga de Raketa, mi antigua dueña, ha buscado en coche a Mikel para acercarle al Monte do Gozo y ofrecer una finca para mi reposo, que al final no ha hecho falta. Para entonces, mi amo se había zampado un pulpo con vino tinto a mi salud y a la de Javier.
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Mientras comía satisfecho de la victoria, pensaba mi compadre bípedo en lo divertida que es a veces la vida cuando las adversidades se toman con humor. Y pensaba también en que la Xunta, el estado Español y hasta la Santa Sede, le deben de alguna manera 15 kilómetros que se ha perdido del Camino, y en que éstos son la perfecta excusa para volver un día a cobrárselos.
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La última condena
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¿Y mientras, dónde estaba Javier? Pues estaba tirando de mí como nunca, sufriendo como un condenado, esforzándose en hacerme andar sin el apoyo en retaguardia al que acostumbra. Ha llegado literalmente reventado, por innumerables cuestas y ausencia de agua, reloj y móvil, pero creo que no me guarda rencor.
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Han llegado mis dos amigos humanoides prácticamente a la vez al albergue del Monte do Gozo. Se han abrazado, pegaba un solecito muy agradable y se han dejado caer en la hierba. Yo descansaba también y ellos se han recostado en mi costillar.
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Nadie decía nada. Con Santiago al fondo nos sentíamos felices, aunque sabíamos que el de esta noche, será el último pan seco que me den.
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Mañana haremos la gran entrada. Madrugaremos para cumplir las ordenanzas (no puedo permanecer en el centro de Santiago más allá de las nueve de la mañana). José, el panadero de Piedrafita, vendrá a recogerme a las once y pico. Allí nos diremos adiós. Quizás mis compadres gimoteen y yo rebuzne un poco. Pero cada uno tirará por su camino, tal y como estaba previsto. El plan se cumple y, hasta la fecha, todo ha ido a pedir de boca. Mañana irá igual, seguro, aunque intuyo que los nervios harán innecesario el madrugón de mis compadres.
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Como los antiguos caballeros la noche antes de ser nombrados tales velaban sus armas, mis amigos me velarán hoy. Gozando del monte en el que descansan, gozando de las dificultades superadas y gozando anticipadamente de la entrada en la ciudad destino. ¡Hasta mañana, Santiago!



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