jueves, 26 de julio de 2012

36 etapa / Portomarín – Palas de Rei (Tras la tempestad...)


Llegó la calma. Nada tienen para reprochar hoy mis amos, y así me lo han reconocido. Y eso que ha llovido lo suyo. De hecho, la partida de esta mañana ha sido la más lluviosa de cuantas hemos acometido en este viaje. Era una lluvia densa, de gotas gordas y heladas. Por suerte, mis amos estaban bien descansados. Pese al barracón en el que pernoctaron junto a cuarenta peregrinos más, han dormido de un tirón, que no es poco. Así pues, hemos afrontado la etapa con buena cara pese al mal tiempo. A ello ha ayudado el reencuentro con nuestro amigo Marcos y con dos nuevas compañeras de viaje, Clara y Rubi. Son dos cordobesas muy simpáticas que empezaron en Sarria y que el sábado volarán de regreso a la ciudad de la emblemática mezquita. Con ellas, un grupo de chavales valencianos y Marcos, mis compadres compartieron ayer pasta casera para cenar y sobremesa hasta las tantas.

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Sabedor de que ayer puse a prueba la paciencia de mis bípedos compadres, hoy he caminado brioso y obediente todo el camino. A cambio, ellos me han ataviado con el hule que me sirve de chubasquero y con una capucha fabricada con una bolsa de basura que me han acomodado en la testa. El mismo ingenio ha utilizado mi compadre Javier que, hecha jirones su capa amarilla de Port Aventura debido al viento y al roce con la maleza, se ha agenciado en el albergue otra que alguien había desechado por tener rasgada la capucha. Así, ambos parecíamos una suerte de Doña Rogelia y la Blasa. Qué quieren que les diga, no íbamos como para desfilar por Cibeles, pero hemos mantenido el colodrillo más seco que la mojama.
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Dejábamos atrás Portomarín a la nueve y media. El pueblo por cierto fue trasladado piedra a piedra en los años sesenta debido al embalse que el tío Pachi inauguró en su antigua ubicación. Atrás quedaba su iglesia-fortaleza y sus curiosos negocios. Como el del señor Yáñez, que se anunciaba en su letrero como funeraria, reparador de calzado y no sé qué más. Eso es diversificar el negocio.
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La etapa no ha sido bonita del todo. Mucho asfalto, la verdad. Además, lloviendo como llovía íbamos toda la comitiva concentrada en sus pensamientos la mayor parte del trayecto. Lo que ha sido destacable es la paradita en boxes para almorzar. La fonda se llamaba O Cazador y ahí se han tomado mis compadres un vinito con una escudilla de lentejas calentitas que les ha revitalizado cuerpo y alma. La dosis de energía les ha venido bien cuando han tenido que rebasar a u grupo de medio centenar de adolescentes madrileños que recorren el Camino en compañía de sus monitores. No vean que lío para adelantarles yo, que voy ausente de intermitentes, luces de gálibo y demás.
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a lo de andar con brío me han ayudado mis compadres. A Marcos se le ha ocurrido cruzar un palo por el mosquetón de mi ramal, de tal forma que Mikel y Javier tirasen como dos bueyes agarrados al palo, que en este caso sería el yugo. El invento ha funcionado, ha aumentado mi ritmo y ha disminuido mi pereza, así que supongo que de haberlo descubierto antes estaríamos ya en Santiago.
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ayer, por cierto, una aldeana que se cruzó en nuestro camino nos contó a gritos una historia divertida de un hombre de su pueblo. Resulta que aquel tipo tenía un burro y lo usaba para recoger harina del molino. El hombre se echaba el costal de harina al hombro y se subía al asno. Cuando alguien le veía de aquella guisa y le reprochaba cargar con tanto peso al desdichado jumento, él respondía: “¡Pero si a fariña a porto eu!”. Un salao.
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la etapa ha transcurrido sin más incidentes, salvo que a Javier se le ha roto la cremallera de su mochila, la misma que usó en el colegio durante su juventud, por cierto. Con tres imperdibles han solventado el mal trago y ya para lo que les queda hasta Santiago, imagino que aguantarán. Como notas culturales, hemos transitado junto al hórreo más antiguo de Galicia, junto a un cruceiro con motivos masones y la calavera de la Santa Inquisición, y junto al cementerio medieval donde eran sepultados los peregrinos que estiraban la pata poco antes de llegar a su destino… pobrecicos.
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Ahora están mis amos y sus amigos en el albergue municipal, y yo duermo de nuevo en una feria de ganado. Han conocido a un par de señores mayores (octogenarios) de lo más curiosos. Uno de ellos es italiano, Sandro, de Farnesio. Ha parlado con Mikel un buen rato en italiano y ha dicho que si peregrinase hasta Roma, me acogería de buen grado en su hacienda (cultiva avellanas). Un dicho bonito en italiano, por cierto: “Davanti ai cavalli e dietro ai cannoni”, (“con los caballos por delante y con los cañones, por detrás”), un proverbio sobre el saber estar según situaciones y no salir escaldado. Como él, me han salido “muchas novias” en el Camino. Aunque mi corazón está con Ambrosia, una burrita que me refirió Álvaro, un amigo de éstos, a través de internet y a la cuál pueden conocer pinchando el enlace.
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Paz y Bien a todos. Hasta mañana.

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