jueves, 26 de julio de 2012

34 etapa / Triacastela – Sarria (La frontera de la indulgencia)


Ni niebla, ni lluvia. El cielo estaba del color de mi panza (gris blanquecino sucio), pero aguantó arriba y sin precipitar una gota. Eso sí, para salir de Triacastela, mis compadres se lo han tomado con calma. Ya digo, sabiendo a dónde vas no hay demasiada prisa. Donde íbamos y donde estamos es Sarria, un pueblo de unos 8.000 habitantes clave en la ruta jacobea. ¿Por qué? Porque este lugar es el límite desde donde se puede empezar el Camino de Santiago para recibir compostela e indulgencias eclesiales. Es decir, quien quiere ganarse el cielo caminando puede hacerlo desde aquí, no desde más cerca.

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Son poco más de 100 kilómetros lo que nos separa de Santiago y ya se percibe su proximidad. Ayer cité a los turigrinos, que lógicamente abundan más a medida que nos acercamos. Pues hoy, mientras mis compadres se almorzaban unas latas de pulpo en caldereira y yo me ponía tibio de verde, nos han rebasado por lo menos cincuenta especímenes de esta clase en una excursión organizada. En fin, están en su derecho de turistear y hay que dejar vivir también a los domingueros. Nosotros alguna vez lo fuimos. Pero ya no.
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Antes de la pulpada, hemos conocido a otro peregrino curioso. Se llama Alexander y es francés, aunque vive en Montreal. Salió el 4 de enero de Avignon y su plan es llegar hasta Santiago por el Camino francés y luego volver a pata hasta su casa por el del Norte. Nada de particular salvo las distancias, ¿no? Pues hay algo más.
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Pese a que Alexander pertenece a la clase media en su lugar de origen, viaja sin un centavo. Nada. Cero euros desde hace cuatro meses. Vive de la caridad y sólo pide comida y lecho. Cuando se lo niegan, no insiste y se va a otro sitio a probar suerte. Suerte ha tenido hasta ahora, según cuenta, y al parecer es más fácil de lo que parece que la peña te abra las puertas de su casa si se lo pides por favor. Eso sí, va sin pasta pero no viste en harapos, ¿eh?. Su North Face por todos lados y le he entendido que lleva un Iphone. En fin, puede que alguien piense que es un jeta, pero a mis humanos compadres y a mí, su aventura nos ha parecido una jefada y un verdadero reto. No digo que llevarme a mí de acompañante no lo sea, ojo, pero no es lo mismo mendigar un saco de paja o un prado al raso, que pedir un plato de lentejas y una cama a desconocidos, con la única alternativa de pasar hambre o helarte el culo. Ya saben.
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Ah, y otras dos curiosidades han sido unos hombres de Venezuela con maletas de ruedas a cuestas. Parecían enfilar los pasillos de un aeropuerto cuando subían los cerros.
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Hablando de retos, al francés lo hemos perdido justo antes de enfrentarme yo a uno de los míos. Era, lo supondrán, un riachuelo limpio y ancho como una mesa de billar, que sólo podía ser cruzado a través de una pasarela de piedra estrecha sin barandilla alguna. No estaba yo de buen café, qué quieren que les diga. Para mí, los domingos son sagrados y éstos ya me han fastidiado muchos desde hace un mes y pico. Así que, si el otro día colaboré, esta mañana me he empecinado en no hacerlo.
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Clavadas mis pezuñas en la orilla, no había humano que me hiciese pasar. Bueno, sólo uno: Javier Ainzúa. Después de los infructuosos susurros de Mikel, que es más tierno pero menos convincente, Jabo ha perdido la paciencia. Casi se carga la vara de tanto atizar al suelo (bueno y a mi glúteo ha ido algún varazo también), y del grito que me ha pegado, para cuando me he recuperado del susto ya estaba yo al otro lado. Han debido de sentir cargo de conciencia por mentar a mi burra madre los humanos, pues en la otra orilla me han pedido perdón, me han acariciado el cuello y me han dado una barra de pan entera.
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Bien, superada la prueba, el camino ha transcurrido apacible, con algún calabobos intermitente y con olor a caca de vaca durante todo el trayecto. Las había de todas las clases (vacas digo). Estaban las lecheras, de piel a manchas blancas y negras, de generosas tetas y turgentes pezones. Y luego estaban las cárnicas, las reputadas terneras de Galicia (competencia de las navarras). Son éstas color canela, fibrosas, de ubres más tipo flanes, y con cornamentas de aúpa algunas. Pensando en el trágico futuro de estas últimas se les ha abierto a estos el apetito.

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Por fin, mientras estos frikis jugaban a decir apodos de reyes (que si El Hechizado, que si El Restaurador, que si El Felón…) al filo de las cuatro de la tarde, se abría ante nosotros Sarria al fondo de un valle. De alguna forma les ha recordado a éstos a Elizondo por el gris del cielo y los prados verdes alrededor, sólo que cambiando casas de indianos por pazos.
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Enseguida se han acomodado en un albergue de la Xunta. Lo llevan haciendo desde que entraron en Galicia. Suelen estar bien equipados, cuestan 5 euros, hace calor y te dan unas sábanas y fundas de almohada desechables. Creo que son herencia de Don Manuel Fraga Iribarne y el emblemático Xacobeo del 93.
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A mí, por ir variando, me han empaquetado en una nave destinada a las ferias de ganado. En mi redil pone “sólo vacas” pero a éstos les gusta saltarse las normas e ir de guays. Estoy sólo, pero tengo forraje y me protege la autoridad competente, un atento policía local que nos ha abierto la estancia y le ha dado un paseo a Javier en el coche patrulla (como copiloto, tranquilos).
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Mañana será otro día. Uno menos en el rumbo que llevamos. Al llegar a 100 kilómetros de Santiago, rebasaremos la frontera de las tres cifras y la cuenta atrás habrá comenzado. Aún no estamos ansiosos, pero tiempo al tiempo. Yo lo que sé es que hasta aquí las indulgencias me las he ganado de sobra, lleguemos o no a la plaza del Obradoiro.

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