jueves, 26 de julio de 2012

33 etapa / O Cebreiro – Triacastela (Llover orujo)

Los espíritus de los antiguos celtas se confabularon para retenernos esta mañana en O Cebreiro. Hoy ha habido madrugada del pellejero, debido a ciertos sucesos de ayer noche que relataré más adelante.

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Pero no ha sido únicamente la pereza y la cefalea de mis humanoides camaradas la que nos ha impedido partir como siempre al despuntar el alba. El pueblo ha amanecido inmerso en una niebla impenetrable que lo convertía en un limbo de silencios y humedades. Como en la película “Los Otros”, la bruma parecía aumentar su espesor en cuanto nos alejábamos unos metros del albergue, amenazando con extraviarnos en las inhóspitas cumbres y valles lucenses.
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“¡Sea pues!”, hemos dicho. Siguiendo el consejo de los que saben, hemos decidido esperar a que escampe. La ruta es fácil, sí, pero fácil es también perderse cuando se camina sin más referencia visual que la punta de tus botas. O de tus cascos. Así que mis compadres se han acodado en la barra de una cafetería, junto a la iglesia del Santo Grial, para tomarse un café con leche y un ibuprofeno entre magdalena y magdalena.
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La cosa es que ayer la cena tuvo sobremesa. Y la sobremesa se alargó lo suyo. A mis amos se les unieron en el yantar, además de Marcos, dos compañeros muy divertidos.
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Javier: brinda al grito de salud y libertad cada vez que levanta una copa (y no son pocas). Cuarenta tacos, alicantino (de Benidorm) borracho y fino. Conoce bien a la flamante ministra de Sanidad, ya que son de la misma quinta y se juntaban siempre en las fiestas del pueblo. Anécdotas bien interesantes tiene con “la Leire”, como la llama él. Javier trabaja como jefe de mantenimiento de un hotel de la ciudad levantina y, aunque asegura amar a su pueblo, dice que habría que pegarle fuego de punta a punta. “Se ha convertido en un parque temático”.
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Javier provoca incontinencias urinarias a su alrededor con sólo abrir la boca. Como cuando les contó a éstos la vez que le sacaron de la cama a las dos de la mañana para forzar la puerta de un baño del hotel porque un francés inmenso y borracho como un lemur se había quedado grogui en la taza del inodoro. Como el baño era enano, el gabacho, inerte, atascaba la entrada haciendo palanca con su cabeza en la puerta y sus gigantescas posaderas en la taza. “Y va el mamut cuando por fin lo sacamos y se espabila, y se pide un güisqui”.
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Luego estaba Steven, un irlandés cuadrado como una máquina de Coca Cola, blanquecino como la leche de cabra, pío como una monja, y borrachín como… un irlandés. Es joven e imberbe el de Eire y, pese a santiguarse hasta para desayunar una tostada, ayer, achispado con el brebaje convidado por Javier durante toda la tarde, dejó brotar su lado más mediterráneo. “Chica Gouappa”, le decía a la hija de la ventera. Y luego añadía comentarios picantes para los que pedía traducción a los comensales. Acabó cantando a viva voz una canción en gaélico durante seis minutos. El de Benidorm se meaba. Y el brebaje fluía.
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Pues sí, era viernes, habían coronado O Cebreiro y estaban encantados de conocerse. Los humanos son así, buscan excusas para la jarana donde sea. Y en la Venta del Celta, al calor de una buena fogata, hubo cata de todos los tipos de orujo gallego, el brebaje del que les he hablado. Orujo de café, café de orujo, orujo blanco, crema de orujo, orujo al orujo…
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Bebedizos antiguos y místicos a base de yerbas secretas. Dicen que antiguamente sólo los preparaban druidas ciegos, para que no se conociese el secreto de los ingredientes. Y digo yo, si no veían…. ¿cómo sabían qué echar al caldero?
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El caso es que la cuadrilla salió de la venta como aquellos remotos druidas, y terminaron los cinco en la cocina del albergue con una botella de imaginen qué (pero casero), que les vendió la mujer. Era para verlos, contando chistes en gaélico y haciendo traducciones inverosímiles. Valga este ejemplo: el de Benidorm, para explicar a Eamonn qué era una llave maestra, tan útil en su oficio, soltó: “A teacher key!”. Con un par.
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Por cierto, la ventera “contóles” a mis compadres (hablando de un servidor) que hace años su familia tuvo un burro que estaba entero (sin castrar). “Pues hasta caparle, bravo era, eh. Que comióse unos cabritillos que teníamos. Lo digo en serio, eh. Comióselos a todos y no era mayor que el vuestro”. Calculen ustedes cómo cayó la rocambolesca historia del asno asesino y caníbal en la mesa de la cuadrilla de los orujos. Aún se están riendo imaginándome a mí destripando a los pobres cabritos con mis dientes amarillos en plan gore cutre.
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Volviendo a la etapa de hoy, al final, hartos de esperar a que se aclarase el nublado, hemos partido casi a las diez a pecho descubierto. En seguida ha levantado la niebla, pero dando paso a un aguacero helado, intenso, inclemente, que nos ha acompañado con mayor o menor fuerza durante todo el día. Y así, con las capas éstos y unas bolsas de basura yo, hemos rebasado O alto do Poio, 1.300 y pico metros. Y luego aldeas en una de las cuales han conseguido éstos forraje.
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Lo llevaba Mikel en un saco de cartón atado a su palo, como el atillo de un vagabundo. Lo malo era que a cada gota de agua iba ganando peso. Aparte de la mojada, pocas cosas han pasado. En una de las ventas junto a las que pasa el Camino, han entrado éstos a echar un pincho de tortilla. A mí me han atado a unos grilletes de hierro, como de galeote, que estaban firmemente clavados a un poste de madera del cercado de un prado.
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Pues no vean el soponcio de mis amos cuando salen de la tasca y me ven a mí camino arriba, zampando hierbas tranquilamente, arrastrando de mi ramal los grilletes y alguna astilla de madera. ¡Pues bueno soy yo!
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Javier me ha afeado la animal conducta, pero no por los desperfectos, casi imperceptibles. Lo que le ha encendido es tener que agarrar el mosqetón de mi ramal, después de que lo arrastrase por unas cuantas heces vacunas que había plantadas en el camino. Ha acabado con detritus hasta en las uñas el pobre, pero enseguida hemos retomado la caminata.
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Poco antes de llegar a nuestro destino, otro personaje. O personaja más bien. Theresa, (no sé como lo escribe, pero eso me ha parecido oír) una lozana berlinesa de carrilleras rosas que nos ha adelantado mientras ponían éstos mis alforjas derechas. Algo ha llamado nuestra atención cuando nos ha saludado sin detenerse. La chavala iba llorando desconsoladamente. Inspirados por el espíritu del Camino, le hemos dado pronto alcance para saber qué es lo que le afligía y ayudarle si estaba en nuestra pezuña. “Es que llevo siete horas andando y esto no se acaba”, ha dicho la pobrecilla.
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Era su segundo día, iba sola, y se estaba metiendo una paliza que no la aguanto ni yo siendo un jumento. A partir de Ponferrada, y sobre todo de Sarria, aumenta considerablemente la afluencia de turigrinos, cuyas características principales son lucir equipos de las mejores marcas, llevar a las espaldas mochilas descomunales, y desconocer muchas veces dónde se han metido.
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Mikel le ha dado conversación a la chica y la ha consolado diciendo que sólo quedaban dos kilómetros. Ella le ha dedicado una sonrisa agradecida y se ha sosegado.
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Ya en el pueblo, duchados y descansados, mis compadres me han buscado un techo, me han dado el forraje, y se han ido a cenar después de un breve paseo. Allí estaba el de Benidorm, esta vez sin el irlandés, pero con un amigo de su pueblo llamado Félix y otro chico de Valencia, Ramón. “Niños, venga un orujo, que es sábado”.
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Mikel se acaba de batir en retirada, pero Javier ahí quedó. Ahora mismo llueve a mares en Triacastela, pero a buen seguro, mañana amanecerá otra vez nublado. Al menos, en una de las literas.

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