jueves, 26 de julio de 2012

31 etapa / Villafranca del Bierzo – Vega de Valcárcel (Yo cato al río)


Hoy dormimos por última vez en León, en Vega de Valcárcel. Es éste un pueblo verde por los cuatro costados. En esta zona del Bierzo ya se percibe el acento que oiremos en todas las aldeas a partir de ahora, e incluso se habla el gallego con normalidad. Mañana penetramos en Lugo. Para ello deberemos afrontar la madre de todas las cuestas, la partepiernas, O Cebreiro. Como himalayistas antes de hacer cima, dormimos hoy en este campo base cruzado por un río cristalino y lleno de truchas. Un río que por cierto, me tiene enamorado pese a todas mis fobias.

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Yo descanso en la pradera de una vieja casona en la ladera del pueblo, a la sombra de un cerro coronado por un viejo castillo templario -el de Sarracín- denegrido por el tiempo y el olvido. Mis compadres bípedos toman mahous junto a su amigo Marcos en una terracita inundada de sol y refrescada por el correr del agua, con su suave música, con los pájaros tenores. Placidez.
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Plácida ha sido la etapa de hoy. Tras dejar atrás la Puerta del Perdón, la calle del Súcubo y la colegiata de Villafranca, hemos transitado por una carretera comarcal paralela siempre al río Varcálcel y apartada de la autovía. Entre bosques caducos y helechos, hemos llegado a Trabadelo. Allí, en la tasca de Santiago, nos hemos juntado nosotros, los rezagados, con otros peregrinos más veloces que también pernoctaron en Villafranca. Al calorcito del Lorenzo mañanero, que brillaba como si fuera junio, la pareja de diminutos coreanos que coinciden con nosotros de vez en cuando se ha interesado por la bota de vino que pende sempiterna del morral de Javier.
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Han aplaudido la demostración de su funcionamiento, y cuando han cesado sus ovaciones, se han atrevido a empinar el codo. Ha sido divertido verles chorrear tintorro por la comisura de los labios, al coger la Tres Zetas como si fuera de mantequilla. Poco a poco se ha ido congregando un grupejo variopinto como la ONU y todos los peregrinos han querido hacer uso del rústico ingenio de cuero.
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Algo achispados unos y otros, hemos retomado la andada, que ha transcurrido sin percance alguno. En un hotel de carretera se han provisto de un chorizo, pan del día, y fruta los humanos, para hacer frugal comida. Acomodados ya en el albergue municipal, se les ha ocurrido, dado que su nuevo compañero de viaje es de Elche, prepararse una paella como cena. ¡Cómo añoran la paella! Y de primero una sopita berciana con los restos del chorizo, unas patatas y alguna hoja de berza que sisen o les regalen de los múltiples huertos que florecen en las riberas del río. Eso lo han dicho medio en broma, medio en serio, lo mismo que al ver a las gallinas corretear por las calles sin cercado alguno.
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En O Cebreiro hay nieve. La subida será dura, pero Marcos, conocedor de los entresijos del Camino, promete recompensa al hollar cumbre. Queimada y cena potente en una posada amiga, que los pies y las pezuñas bien lo valen.
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Me despido ya de ustedes, porque nada más les cuento. Me quedo en mi praderita, que por cierto está cerca del río, -¿les he hablado ya del río?-. Quedo embelesado escuchando, como he dicho, el suave arrullo del agua fresca en movimiento, con las truchas chapoteando, cazando moscas antes de dormirse, y con los pájaros de los chopos trinando dulcemente. Mañana a las siete, como cada día, ofreceré en pago mi propio canto, dulce y armonioso también para qué negarlo: el fenomenal rebuzno con que despierto a mis amos. Y a todo el que les rodea.

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