jueves, 26 de julio de 2012

23 etapa / Mansilla de las Mulas – León (La baticola errante)


Ya estamos en León. No es la primera ciudad, ni la primera capital, cierto. Pero sí es la última gran urbe antes de Santiago. Y eso es algo. Superada la barrera psicológica de la mitad del Camino, entrar en León es darse cuenta de que esto va en serio.
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No tan en serio como en el caso de otros peregrinos, claro. En el Camino, los caminantes, generalmente hablan del Camino. De rumores, de casos extraños, de experiencias, de tramos duros, de dolencias… cada peregrino tiene su propia historia, algunas sorprendentes. Un tema delicado es el de las motivaciones. A veces se comparten, pero casi nunca se preguntan. Cuando mis amos han tenido que explicar por qué carajo se van con un burro a Santiago, han dicho de todo: que si fue un calentón, que si es para no llevar peso, que si aman a estos animales y es para que no se extingan, que si perdieron una apuesta sobre la capital de Liechtenstein…
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Hoy nos hemos cruzado con un alemán que regresaba de Santiago. Salió el tudesco a pie desde su casa, y rumbo a ella camina de nuevo. Echen cuentas. Otro caso igual es el de un tipo de Zaragoza que vimos ayer de frente. Esta mañana hemos conocido a Joselito, un simpático sevillano de Triana que lo dejó todo para andar. “Me buhcao er mejó trabaho quillo”. Salió de Triana no recurda cuándo, se llegó hasta Santiago por la Vía de la Plata. A los dos días en autostop le llevaron a Grañón en la Rioja, y de ahí se fue hasta San Sebastián. Salió de la villa easonense y llegó al camino Francés por Álava con la intención de arribar de nuevo a la plaza del Obradoiro. “Dehpué vorveré por er Camino der Norte y de ahí iguá me voy a Roma, yo que zé”. Su ilusión es encontrar un sitio donde plantar sus tomates, criar sus gallinas y establecerse. En ese plan.
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La etapa de hoy no ha sido dura. Aunque nublado, el cielo no ha descargado su furia sobre nosotros. No, no era de arriba de donde provenía el peligro, sino de abajo. Junta de Castilla y León, ayuntamientos de los pueblos, amigos del Camino… quien sea. Dense cuenta de que con el Camino se vende su tierra al mundo, aprovechen la oportunidad, habiliten pasos decentes y seguros para los peregrinos, vengan éstos a pie, a caballo o en trolebús. Lo de hoy ha sido criminal. Cientos de metros recorridos por un escueto arcén de una carretera nacional infestada de coches y camiones. El momento más crítico ha llegado al cruzar el interminable Puente de Villarente. Estamos vivos gracias a la pericia de mis amos con las varas, que anunciaban a los conductores nuestra presencia en la calzada.
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En fin, trago amargo antes del dulce manjar que esta suponiendo León capital.


Hemos llegado a la hora de comer. Mis compadres bípedos se han instalado en el albergue municipal, uno de los mejores que han visto hasta ahora. Yo pernocto a dos minutos a pie, frente a la comisaría de la Policía Local (con un siniestro parecido arquitectónico al edificio de la Gestapo alemana). Tengo para mí solo una hípica en desuso. Cuadras para cincuenta caballos, vacías. Gradas desocupadas, campo de exhibición, picaderos, taquillas para las apuestas… todo está en pie, pero vacío. Puedo ir a donde quiera, hacer lo que me parezca… y mañana tengo día libre. ¿Se puede pedir más? Sí, los cinco kilos de zanahorias y las cuatro lechugas que me esperan para la cena, cortesía de mis amos. En la verdulería a la que han acudido se han dado un capricho y se han merendado las primeras fresas de la temporada, por cierto.
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El tema de la providencia en el Camino es cosa a tener en cuenta. Ayer tuvimos un percance. El asa que cosió Mikel a mi manta se desprendió, con la consecuencia de que mi baticola cayó al suelo y se perdió. En llano, la baticola no sirve para gran cosa, pero con las cuestas abajo sujeta la carga a mi rabo, para que no termine de sombrero. En fin, ahí está el problema. ¿La solución? Primero buscar un zapatero que recosa firmemente el asa a la manta. Van los tíos rumbo a la Catedral, caminan dos pasos desde el albergue, y encuentran a un zapatero remendón -el establecimiento se llamaba “Rapidín”-que les hace el favor.
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Segundo, buscar una guarnicionería, esto es una tienda con guarnición para jamelgos: sillas de montar, ropa de jinetes, fustas y, por supuesto, baticolas. En diez minutos han hallado una. Entran y Mikel empieza a hablar: “Buenas tardes, verá somos dos peregrinos que…”. La guarnicionera le corta con una negativa de cabeza: “No, lo siento”. Mikel pregunta extrañado: “¿No, qué? Disculpe pero no le entiendo”. Guarnicionera: “Que no os puedo dar ninguna ayuda, que ya vienen muchos a pedir”. Interviene Ainzúa algo airado: “Oiga señora, que venimos a comprar, no a pedir”. Pues sí que deben de tener pinta de vagabundos los pobres. Y eso que se duchan diariamente y hoy han hecho la colada. En el Corte Inglés, donde han acudido sin éxito a ver si había las dichosas baticolas, una mujer emperifollada que caminaba por delante de ellos les ha mirado de reojo, se he echado la mano al bolso y ha cambiado de dirección. En fin, solucionado el entuerto, la mujer les ha enseñado una baticola de cuero que quedaría enorme a un percherón. “No nos vale, nuestro burro es muy pequeño”. La tendera les ha sugerido que busquen un zapatero que les fabrique el apaño. Así lo han hecho, y gracias a un croquis de Mikel en un folio en blanco, la zapatera ha pillado la idea y mañana tendré baticola.
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Rudimentaria pero cómoda, pues una cestera del barrio del húmedo les ha regalado una gomaespuma que irá fetén como cubierta del cuero. Hasta dar con la goma espuma, éstos han preguntado en un montón de mercerías en busca de un borreguito como el que les compró en su día Edu (y que por cierto aún le deben). Desesperados, han entrado en un sex shop, creyendo que el objeto en cuestión podría tener cabida entre tanto género calenturiento. La pregunta de Mikel a la del sex shop no ha podido ser más bochornosa Y encima no tenía: “Estooo, disculpe, andaba buscando un forro, como de borreguito, para una correa”. Supongo que la tendera estará acostumbrada a todo, pero por suerte no ha mencionado que el objeto en cuestión era para un burro. Yo que sé.
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También han preguntado en la “Casa del Soldado”, una tienda casta -y muy constitucional, ojo- con pertrechos para milicia de infantería y a caballo. El hombre les ha buscado algo, pero se salía de presupuesto y éstos han optado por el apaño de la zapatera. No obstante les ha dado un consejo valioso: al cuero hay que darle grasa, pero que esté caliente para que penetre más y no se aje.
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En la tienda había tres personas y con una de ellas, Juanjo les ha ocurrido a mis compadres algo curioso, rozando lo mágico. Juzguen ustedes mismos. El caso es que estaban preguntando al hombre de la tienda por la baticola y al explicarle que era para un burro, va Juanjo y pregunta: “¿Ah, pero sois vosotros los del blog?”. Te cagas. El tío conocía Asinus Viator, incluso dejó en su día algún comentario a mis entradas. Mis amigos se han quedado estupefactos. Tengo, según ha dicho, varios lectores en León.
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Y en esas andan ahora, tomando chocolate y café frente a la Catedral, donde se han recreado en la capacidad del hombre para realizar grandes obras cuando está motivado y donde han tenido su momento de reflexión. Esperan a que abran poco a poco los bares del Húmedo para echar vinos y tapas, ya que el albergue está toda la noche abierto. Mañana descansaremos. Ellos en sus literas con calefacción y yo en mi hípica, ansioso por estrenar mi nueva baticola.
PD: Y aquí os paso un enlace de la página web de la Facultad de Comunicación de Universidad de Navarra donde se formaron mis compadres y donde se han hecho eco de nuestra aventura. Que lo disfruten.

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