jueves, 26 de julio de 2012

17 etapa / Itero de la Vega – Boadilla del camino (Un día primaveral)


Esta mañana al abandonar Itero creí que hoy no tendría material para mi cuaderno de bitácora. Ha resultado que he obtenido material para una sobredosis..

Hoy era primavera. Cielo azul, brisa suave, abejas y otros invertebrados resucitados, temperatura de mangas de camisa… otra vez el mar inmenso de tierras de labranza, sí. Pero más cosas.
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La primera, el pueblo de Boadilla del Camino. Como no habíamos desayunado, hemos parado en ese pueblo, surcado por el Canal del Pisuerga, a tomar yerbajos y café con pastas. Con el tentempié ya deglutido, y tras comprar el pan a una furgoneta ambulante que se anunciaba pitando estrepitosamente, ha aparecido un anciano.
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Viejo como la vejez misma, arrugado, poquita cosa, chaparro. Roza los noventa inviernos y se llama Alejandro, Jandro para los del pueblo. Ha aparecido de la nada embutido en su gabardina gris, como de espía años cuarenta, sus alpargatas, y su bastón con puño de cuero y esparto. “¿De Pamplona venís con el borriquillo? ¡Cagüenla! Yo hice la mili en Pamplona, en el año treintiséis”.
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De su boca hemos sabido que combatió en la Guerra Civil (no ha dicho en qué bando, aunque lo intuyo). Bueno, lo de combatir es un decir, porque al parecer la unidad a la que pertenecía perdió su bandera al poco de estallar el fregado y les castigaron a todos a Fortificaciones, es decir, a cavar trincheras. “Me pegué toda la Guerra a pico y pala. Nos daban tocino verde como tu chaqueta, de rancio que estaba, y garbanzos llenos de cocos (bichos). Pero cerrabas los ojos y comías”.
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El vejete ha hablado largo rato, y cuando le hemos regalado un pañuelo de San Fermín, que sustituya el recuerdo bélico de nuestra ciudad por uno más festivo, él nos ha dado sus señas para que le escribamos. “He dado 15.000 tarjetas como estas. Soy el amigo de los peregrinos, podéis buscarme en el internet”. La charla ha ido derivando hasta ciertas australianas que pasaron un día, y otros chismes subidos de tono. El hombre cobra 1.012 euros al mes de pensión, por haber sido peón en la construcción del canal mencionado anteriormente. “Me tienen todos los jubilados del pueblo envida, pero éstos me los he ganado”.
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Después de despedir al veterano nos hemos desviado del Camino para ver un poyo gótico. Al buscar la salida del pueblo hemos dado con otro personaje que daría para un post entero: Pepe.
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Pepe, -casi sesenta años, flaco, ojos dulces y barba cana-, trabajaba en un granero enfundado en su mono verde cuando hemos llamado su atención. Al verme se ha emocionado recordando a un pollino muy parecido que su padre les regaló a él y a su hermano cuando eran niños. Era uno más de la familia, juguetón como un cachorro, hasta lo toreaban con un capote rojo. Pero lo tuvieron que vender. Un gran trauma. Acabó cambiado por una cabra.
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El caso es que Pepe me ha invitado a un saco de forraje, y mientras me lo zampaba ha empezado a conversar con mis compadres sobre personajes ilustres de la Historia de Boadilla. De ahí, no me preguntéis cómo, han pasado a hablar de Religión (al decirles éstos que habían estudiado en Jesuitas ha pensado que iban para curas, hasta que Mikel le ha sacado de su error). De la Religión, han pasado a la Filosofía y de ahí a la Eco Agricultura (oficio al que se dedica Pepe), pasando por un tal Steiner, la Homeopatía y los péndulos, Antroposofía, las energías de las estrellas y no sé qué más asuntos.
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Dos horas de nada. Éstos escuchaban atentos la plática de Pepe y yo me ponía morado de paja. También para él ha ido un pañuelo, que le ha emocionado más de lo previsto. Además de regalarme un saco de buen forraje, Pepe nos ha dado el contacto de Isidorín en Frómista, gracias al cuál duermo hoy en un centro hípico muy peculiar del que luego hablaré.
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Por fin hemos salido del pueblo, escoltados por un rebaño de churras. Ya digo que el día estaba delicioso y apacible, y lo ha estado más cuando hemos llegado a la orilla del Canal de Castilla, a cuya vera hemos caminado otro par de horas. El Canal, sueño de los Reyes Católicos y obra de los ilustrados, es un río artificial construido entre los siglos XVIII y XIX para transportar el cereal de Castilla al Norte de España. Por la senda que recorría esta mañana han andado cientos de animales como yo, arrastrando trabajosamente las barcazas de trigo, cebada o avena que flotaban en el agua. Hasta que llegó el ferrocarril y los mandó al paro a todos.
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Pasaban unos minutos de las tres cuando hemos llegado a Frómista, que tantas veces han visto citado mis compadres humanoides en los libros de Arte. No fue difícil dar con Isidorín, preguntando a tres abuelos que dormitaban en un banco al sol. Antes de acudir a la hípica, y a la espera de que abriese el albergue, hemos comido junto a la iglesia románica de San Martín. Una joya de la arquitectura medieval. por cierto, en el albergue, todas las mantas, rojas, tienen bordado el compás y el cartabón de los masones. Bajo ese símbolo reza el siguente mensaje: “Gran Logia de España”. Qué cosas ves en el Camino. Éstos no se han atrevido a preguntar.
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El centro hípico, o más bien la Casa de la Pradera, parecía el Bronx de los caballos. Ha sido enfilar la pista que daba a la finca y los dieciocho pura sangre y percherones que allí habitan, se han echado a la valla amenazantes, bufando y relinchando a cada paso que daba. Desafiantes, como Latin Kings desde una cancha de baloncesto. Chulos, agresivos. Y yo, como si nada. Les miraba, me reía, y, para orgullo de mis amos, les he bufado restregándome en el suelo a un metro de la cerca y mostrando a esos marrulleros abusones mi rechoncha y peluda panza blanca.
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La granja era unas risas. Además de caballos había vacas, ocas, gallinas, un perro que se creía oveja y una oveja que se creía perro. Especialmente ésta última era muy divertida, correteando entre nosotros como un sabueso. Qué disgusto el día que encuentre un espejo y descubra la verdad.
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Por cierto, que entre los jacos chulescos estaba uno que fue adquirido en la famosa hípica de la hija de José Bono… ejem, si es que ya decía yo que esos jumentos no eran trigo limpio.
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Ahora escribo este post cuando atardece en el tejado de San Martín. La luz del ocaso endurece los ya de por sí pétreos rostros de las gárgolas de la iglesia. En su interior vigilan al visitante figuras monstruosas, íncubos y súcubos de bocas estrafalarias, pelícanos, personajes de la Biblia e incluso el cuervo y la zorra de la fábula de Esopo. El dominio de la piedra sobre el vano, el frío, las líneas rectas y la sencillez de la decoración, oculta en la penumbra, estremecen, y dotan al lugar de un recogimiento casi místico.
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Éstos han seguido un consejo de Pepe. Se han colocado bajo el octógono de la bóveda, frente al altar ocupado por Cristo en la Cruz. “En ese lugar se percibe mucha energía”, había dicho el hombre. Puede ser, no sé. Yo acabo de vacilar de nuevo desde mi parcela protegida al resto de los equinos de la granja y me siento más bien poco místico. será por la fecha. Qué cara han puesto los caballitos, cómo han mentado a todos mis muertos, cuando ante su desafío les mirado fijamente y he gritado: “¡Se sienten coño!”.
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PD: Iñigo, buen compañero, ha terminado su visita y se ha marchado en el tren rumbo a Madrid. Echaré de menos sus gritos con acento vascongado, que me hacía sentirme más cerca de casa. Éstos añorarán, a buen seguro, su experiencia como intrépido explorador y rutero por estos andurriales. Hasta pronto.

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