jueves, 26 de julio de 2012

16 etapa / Hontanas – Itero de la Vega (Taus)


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Palencia era una línea en el horizonte, que ya hemos cruzado. Ayer hablé de lo vasto que es el territorio a partir de aquí. No exageraba. El ojo asnil abarca en el Camino kilómetros y kilómetros de tierra en todas direcciones. Como un inmenso mar marrón, verde y amarillo. La llegada de Iñigo nos ha traído definitivamente el buen tiempo. Algo de aire sí, pero a ratos y sin cebarse. A cambio, un cielo raso, apenas salpicado de alguna nube rebelde. Y frío, eso sí. Por la mañana la cosa ha ido bastante rápida. Los coreanos ayer cayeron rendidos un par de horas antes que éstos porque se bebieron una botella de tinto en la cena como si fuera acuarius. Sin embargo, esta mañana se han levantado al filo de las siete de la mañana con eficiencia asiática. Gracias al ruido de sus cremalleras y a sus susurros ininteligibles, mis compadres bípedos se han desperezado sin que se les pasase la hora.
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Mi cepillado matutino ha sido coser y cantar. Como no he dormido en pesebre, no me he revolcado en mi propia mierda, y tan sólo dos o tres yerbajos y algo de barro seco pendían de mis cabellos.
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El trayecto hasta Castrojériz ha sido un paseo. Éstos cada vez se dan más maña con mis alforjas y el peso estaba bastante equilibrado. Antes de llegar, hemos atravesado el monasterio de San Antón por debajo de sus arcos milenarios. Una construcción decrépita pero digna de ver y llena de simbolismo para el peregrino. Sus antiguos moradores, los monjes antonianos, lucían al cuello la Tau, la cruz del peregrino, que les asegura una buena vida y una mejor muerte, y que hermana a todos los que transitan rumbo a la tumba del apóstol. Al llegar a Castrojériz Ainzúa ha obtenido la suya, Mikel la tenía ya, regalo de su compañera y amiga Pilar.
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Tengo que decir que Castrojériz es uno de los pueblos más bonitos por donde he transitado en este viaje. A los pies de un cogote pelado e imponente, coronado por un castillo en ruinas, el pueblo ofrece calles sinuosas, buenas vistas y, sobre todo unos dulces elaborados por las monjas de su convento, que se llaman puños de san Antón y están rellenos de crema. De no ser por dos veteranos hospitaleros -hoy peregrinos- que se cruzan de vez en cuando en nuestro camino a Santiago, no los habríamos probado. Lo hemos hecho al llegar a la cima de la sierra que protege del viento a Castrojériz. Ha sido una cuesta empinada, pero ausente de lodo. Al llegar a la cumbre se podía ver Burgos todo a retaguardia y Palencia en vanguardia.
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Palencia. La inmensidad. El mar marrón, verde y amarillo serpenteado por nuestra senda. Apenas pueblos y éstos muy pequeños. Y más allá del allá, Santiago. Da como pereza ponerse a andar. No se la dio a Angel, un peregrino precisamente palentino, que coincide con éstos en los albergues. Ayer llegó a Hontanas, después de su etapa, y, como no había tabaco en ese pueblo, dejó la mochila y recorrió los veinte kilómetros de ida y vuelta que hay hasta Castrojériz para proveerse de un paquete de picadura.
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Pero el pro es que la de la sierra de Castrojériz ha sido la última cuesta que veremos en mucho tiempo, lo cuál significa mayor comodidad y disfrute del camino.
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Hablando de Sortu (ya ves tú que mal gusto) hemos llegado a Puente Fitero (de resonancias nostálgicamente navarras), que salva el Pisuerga y separa Burgos de Palencia. Dos kilómetros más y estábamos en Itero de la Vega. No es un pueblo fantasma, pero se asemeja. Tampoco tiene demasiado encanto, pero no deja de ser curioso ver los nombres de sus calles: Onésimo Redondo, José Antonio Primo de Rivera, General Mola, Calvo Sotelo… un bando municipal anunciaba la caducidad de todas estas nomenclaturas que darán paso a calles como “La Paz”, “la Concordia”, “el Camino de Santiago”… Vamos, que ZP va a poner este pueblo al día, aunque para llegar a él no haya una carretera, sino un camino de tierra.
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Con lo de mi alojamiento están en racha. Ha sido llegar y besar el santo. Como hoy no lloverá, pernocto resguardado en una era guarecida por dos casas, lleno de yerba fresca y con una uralita que han puesto éstos como portón.
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Mis compadres dormirán solos en un albergue frío como el culo de un pingüino. Han yantado tarde, casi a las cinco. Un plato de lentejas, huevos fritos y tortilla de patatas. El ventero es un tipo peculiar, que les ha dejado tirados para ir a plantar árboles. El albergue, a parte del vaho perenne que emana de la boca en el baño, cocina o habitación, no parece estar mal. Hombre, si hubieran leído el libro de visitas antes de instalarse, se lo habrían pensado. Pero lo han hecho tarde. En la foto pueden ustedes leer el consejo que dan al recién llegado, los últimos visitantes.
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Ahora acaba de pasar un transeúnte francés sin un chavo. Ni francos, ni euros, ni reales de vellón. Ha preguntado si la posada era gratis y Javier le ha respondido que sintiéndolo mucho, aquí se paga un estipendio de seis euros por cama. El vagabundo gabacho se ha dado media vuelta cabizbajo y royendo un casco de pan que traía consigo. Se alejaba el hombre cuando le han detenido estos con un algo así como “Attendez!!”. Le han lanzado un paquete de jamón serrano que el francés casi agarra con la boca de lo contento que se ha visto. Una sonrisa y un gesto de gratitud ha sido todo. El francés ha seguido su rumbo solitario, y mis compadres han vuelto al refugio acariciando las dos “Taus” que cuelgan de su cerviz.

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