jueves, 26 de julio de 2012

15 etapa / Rabé de las Calzadas – Hontanas (De ciento a viento)


Por un momento pensé que Hontanas, el pueblo donde duermo, era un mito. Hemos salido pasadas las nueve de la mañana y la etapa ha sido una auténtica travesía por el desierto. No ha sido el camino de hoy especialmente largo, pero sí ha sido duro. Además, mis compadres humanos no se lo han montado del todo bien. Les ha costado un buen rato limpiar la cuadra donde he dormido y, con ansias por salir, han pasado de colocarme el chubasquero.

“No creo que llueva”, ha sido la predicción de Javier. Mikel le ha secundado, perezoso de colocarme el pitostio que cubre mis alforjas. En el Iphone daban una probabilidad de precipitaciones del 75%. Con un par. Hemos salido a andar yo sin mantel y ellos sin capa ni polainas. La cosa estaba oscura, pero se mantenía sin llover. Hasta media hora después de dejar el pueblo. Unas gotitas primero y un vendabal después. Por fin, convenidos de que sí, de que iba a llover (cuando ya se empezaban a calar hasta los huesos) han decidido protegerme a mí con bolsas de basura y ellos se han colocado sus capotes.

La cosa parece sencilla, pero en un alarde de previsión, todo objeto destinado a repeler la lluvia estaba metido en lo más profundo de sus petates (sobre todo del de Mikel), dentro de lo más profundo de las alforjas. Por lo menos habremos perdido tres cuartos de hora con la tontería, y a causa del agua y del viento helado que arrreciaba por momentos, a Mikel casi se le caen las manos de sacar y meter bultos, apretar sacos y atar cuerdas.

Pero en fin, ya pertrechados, hemos continuado por una senda interminable, tediosa, cansina, con el viento siempre golpeando a proa. Andábamos sin hablar o rebuznar, sin ver cambio alguno en el paisaje, vasto, llano, yermo. En esta parte del camino andas, pero parece que no avanzas un solo metro. Tierra plana hasta donde alcanza la vista, piedras, barro, y algún árbol solitario, recuerdo de lo que fueron estos parajes cuando una ardilla podía cruzar España de parte a parte.

Lo más entretenido del viaje han sido dos estudiantes coreanos que nos han adelantado en un pueblo. Todo ha sido hacerme fotos y decir, con cara de estar viendo un marciano: “¡Oooohhhh!” y cosas diversas en su extraño idioma. Más allá de eso, hemos andado en silencio, pensativos, disfrutando de la dureza del tramo y mirándonos, yo los cascos, y éstos las botas que cada vez se ensuciaban más de barro.

He dicho al principio que Hontanas era un mito. Lo definía así porque parecía que no iba a llegar nunca. Generalmente, cuando te diriges a un pueblo, éste se anuncia a lo lejos con el campanario de una iglesia, algún tejado rojo de las primeras casas, un granero… algo. A Hontanas no lo ves hasta que estás dentro. ¿El motivo? Está edificado en un agujero. No digo una cuenca rodeada de montes, como Pamplona, digo un agujero, un cono invertido en el que el vértice es el centro de la localidad. Dicho por un estratega militar, sería el lugar más invadible del mundo. A la cuesta abajo por la que se entra le llaman la cuesta “matamulos”, y voto a bríos que hace honor a su nombre.

El albergue en el que estos acaban de comerse una sopa y una morcilla de Burgos que les regaló Pati, hace un frío que pela. Yo tengo una era llena de hierba para mí sólo y una uralita que me protegerá si cae algo esta noche.

El camino que viene de Navarra y el que baja desde el País Vasco se han unido ya, y no sé si será por eso, pero se empiezan a ver cada vez más peregrinos coreanos, italianos, franceses… Hoy se añade uno a nuestro equipo. Es Iñigo, un vitoriano amigo de éstos de la carrera. Espero que con su llegada mejore el tiempo. Aunque no lo haga, con él entraremos por fin en Palencia. Allí nos aguarda más llanura, más infinito y, a buen seguro, mucho más viento.

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