jueves, 26 de julio de 2012

13 etapa / Agés – Burgos (Cañas y Barro)


Dispénsenme si hoy escribo tarde. Pernocto en un silo gigante abandonado que recuerda a alguna de esas prisiones de película. Pero en este lugar no hay reo alguno, sólo estamos yo y Sultán, un pastor alemán veterano como el mundo. Como Milhouse y Bart cuando compraron aquella fábrica..

Carlos, por mediación de Javier Sáenz, ambos amigos de mis compadres humanos, nos ha dispensado esta cuadra a lo grande, donde dormiré hoy viernes y mañana. Porque mis amos han decidido, más judíos que católicos, que descansan el sábado.
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Estamos en Burgos, ciudad a la que Javier y Mikel tienen cariño. Buenos amigos, buenos momentos, esta noche han ido de tapas y han recordado viejos tiempos en el genuino bar Patillas, donde la elección del cliente se limita a tomar botellín de Mahou o botellín de San Miguel. Eso sí, a ritmo de guitarra.
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La etapa de hoy no ha sido en cambio tan grata como el destino. Niebla cerrada a primera hora, un frío negro, preludio de la meseta castellana, problemas varios con las alforjas y un camino de barro impenetrable. Eso sí, siguiendo la tradición, mis colegas bípedos han arrojado una piedra a la cruz que corona la sierra de Atapuerca. La de hoy ha sido la decimotercera etapa, y dicen que así se ahuyentan maleficios y mala suerte.
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A diez kilómetros de la ciudad del Cid la senda se bifurcaba. De un lado, un camino de tierra, a priori más cómodo de caminar. Del otro, el arcén interminable de una carretera nacional. Ni a mí ni a mis compadres nos gusta que nos peinen los retrovisores de los camiones, así que hemos elegido la versión “tierra”. Lo hemos hecho pese la advertencia profética de dos viejillas: “Hay barro”. ¿Barro? Pardiez, a los doscientos metros no podíamos avanzar más. Hundidos hasta las rodillas en una arcilla roja y pegajosa, y con un horizonte de charcos infinitos y profundos, hemos decidido desandar lo andado y optar por el arcén.
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Feo tramo. Mucho asfalto, mucha industria, mucho coche. Pero bueno, hemos tardado menos de lo que esperábamos y el viaje nos ha deparado un amigo efímero pero leal. Un perro callejero que me ha ladrado al principio pero que después de olerme el culo nos ha seguido unos dos kilómetros.
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Por fin Burgos, donde me esperaban nuestros amigos Carlos y Diego, y donde Aníbal, el padre del primero, me ha preparado un pesebre en un rincón del silo con un menú de hierba seca y cereales de lo más variado. Vaya desde aquí mi agradecimiento.
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Mañana es día de asueto. Éstos han conseguido una almohadilla que amortigüe el rozamiento de mis alforjas, que empezaba a preocupar a Mikel, y antes de comer vendrán a probármela.
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Mis compañeros se han acomodado en Quintanadueñas, en la flamante casa de Pati y Jose, más amigos. Qué exquisito gusto en la decoración, qué ducha con chorros… a última hora de la tarde han llegado Alfonso desde Madrid y Edu desde Pamplona, tipos fieles donde los haya.
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Me han llevado de parranda, aunque hemos estado tranquis, de cañas no más. Ahora que charlan animadamente de nuevo en casa sanos y salvos, creo que los seis, son los seres más afortunados del mundo. Ejem. Viva la Guardia Civil… y vivan las piedras que éstos arrojaron a los pies de aquella Cruz.

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