jueves, 26 de julio de 2012

11ª Etapa / Belorado – Villafranca Montes de Oca (Horacio y las Terneras)


Existe una inscripción, a la entrada de un cementerio, cerca del Monasterio de Irache, que dice algo así: “Ayer yo era como tú. Mañana tú serás como yo”. Como una metáfora de la existencia humana (y asnil también, ojo), la ruta Jacobea que concluye en Santiago o incluso más allá, en el mar, representa de alguna manera la vida. Ésta tiene un horizonte, un punto de llegada, justo donde se pone el sol, pero también tiene etapas. Etapas dulces, etapas duras, etapas que no dicen nada y etapas que se quedan grabadas a fuego en el recuerdo del caminante. Como la vida misma, insisto. Pero a veces el camino se ve truncado, y los caminantes no somos capaces de recorrerlo por completo.

La ruta que ando con mis compadres bípedos está plagada de personas que no lograron terminarla y que se quedaron a la mitad. Javier y Mikel aún recuerdan la impresión que les produjo el monolito en honor Shingo Yamashita, peregrino japonés que cerró definitivamente los ojos rodeado de la belleza del alto de Erro. O la de Kox Frans, el señor belga que no pudo llegar a la sierra del Perdón, y cuyo corazón se detuvo junto a un campo de trigo entre Cizur Menor y Puente la Reina. Como ellos hay muchos. En 2010 perecieron siete. Hoy dormimos en un albergue en el que un paisano navarro falleció hará un par de años. La hospitalera nos ha contado que el amigo que le acompañaba dijo que murió como quería, recorriendo el camino que amaba. Así lo recuerda una placa a la entrada del refugio. La verdad es que la sobremesa, con la hospitalera y en compañía de dos ciclistas a los que un vendaval ha obligado a detenerse ha estado de lo más interesante. “Vida y muerte en el Camino” ha sido el tema.

No sé, la cosa da qué pensar. La cosa del carpe diem que decía Horacio, de que estamos aquí para dos días y hay que aprovecharlos, de la vida después de la muerte… pero no es mi misión, ni mi competencia, como animal que soy, el establecer pautas morales o desarrollar teorías filósóficas. Eso se lo dejo a ustedes, cúspide de la pirámide alimenticia, para que se rallen -o no- a gusto de cada uno.

Dicho lo cuál, les contaré que la etapa de hoy ha sido de lo más light. La única pega ha sido el viento de cara. Ese viento castellano que erosiona cerros, denigre castillos y ha esculpido la personalidad de unas gentes que ya retrató maravillosamente Antonio Machado. Cómo han disfrutado estos tirando de mi ramal, cruzándose con mujeres de arrugas profundas como abismos, con pueblos desolados por el éxodo rural, con páramos que transitaron los moros y reconquistó el Cid.

Además, me han endosado rapidito y se han preparado una menestra regada con clarete de la tierra que les ha devuelto el optimismo tras algunos días de dificultades. Mañana acometerán el puerto de la Pedraja y tras él, los Montes de Oca, hace siglos infestados de bandoleros, infieles y bestias salvajes. Anuncian nieves. Yo cargaré las pilas esta noche en un pesebre que comparto con unas terneras monísimas. Ahora mismo comen paja despreocupadas, pero dentro de pocas semanas serán filetes o hamburguesas. Así es la vida, por eso os he rallado con la muerte. Tiene gracia que este consejo se lo dé una especie condenada durante siglos a cargar pesos o labrar la tierra sin descanso, pero háganme caso, hagan como las terneras. Disfruten del camino antes de llegar a donde se pone el sol.

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