jueves, 26 de julio de 2012

2ª Etapa / Akerreta – Cizur Menor (Me llaman Maxari)


Buenas noches caminantes. Creo que los seguidores de este cuaderno de bitácora me conocéis de boca de uno de mis compañeros (detesto llamarlos amos). Soy Maxari, con “equis”, a Mikel le cuesta metérselo en la cabeza, pero hoy, al pasar por la Magdalena un gitano que hablaba caló lo ha confirmado. Por cierto, parece que mi mansedumbre y lealtad levantan pasiones, pues otro gitanico ha parado su flagoneta en seco al grito de “¡Véndemelo payo! Véndeme el borriiico”.
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Pero eso ha sido ya a la entrada de Pamplona por el puente de la Magdalena, con un sol de invierno resplandeciente.
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Mucho antes, en el aún gélido valle de Esteríbar, el paseo no ha sido tan agradable para mis compañeros humanoides. ¿El problema? Por supuesto no ha sido mi andar garboso por empinadas cuestas y resbaladizas piedras, sino la carga que malamente habían distribuido los pobrecillos inexpertos sobre mi grupa. A saber: dos alforjas con sus enseres cotidianos (ropa, calzoncillos, bota de vino, sobres de sopa…), un cubo de plástico con panes secos, cuerdas y mosquetones, y una funda de almohada rellena de avena.

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El cubo no ha durado mucho más de tres kilómetros, pues su balanceo, aparte de resultar molesto a tacto y al oído, desequilibraba las alforjas poniendo en riesgo toda la carga. Poco después ha empezado a dar problemas la funda con los diez kilos de avena. Los granitos de cereal se movian de un lado a otro y cada cinco minutos había que parar para recolocarlos. Hasta de cinco maneras diferentes han intentado llevar el dichoso saco. Yo me la gozaba, porque a cada parada yo ramoneaba, pacía, engullía hierbajos y otros vegetales. Ramoneaba mientras gotas de sudor escurrían por sus impacientes frentes, pacía mientras me miraban arrepintiéndose de meterse en esta aventura sin decirlo abiertamente, y mientras se gritaban entre ellos la mejor manera de hacer un nudo (que a la postre resultaba inútil), y mientras se reconciliaban, y mientras volvían a gritarse, y mientras se cagaban en sus calaveras, y mientras veían impotentes cómo, después de sus desvelos, cuando parecía que el saco estaba firmemente sujeto a las alforjas, los baches -en alianza con Newton y su maldita Ley de la Gravedad- arrojaban todo al barro del camino y me dejaban a mí en bolas disfrutando del espectáculo.
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Así que, a apenas seis kilómetros del punto de partida, en Zuriáin creo, el saco de avena ha acompañado al cubo y ha sido arrojado a unas zarzas para solaz de aves de mal agüero y otras alimañas y abandonado allí, dejándome a mí sin los equivalentes humanos a los crispies. “Dijo Raketa que come hierba y pan”. Raketa era mi anterior dueña, y con ella hice anteriormente el Camino. Efectivamente, no me daba avena y tampoco se la pedía, lo cuál apaciguaba las conciencias de Mikel y Javier.
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El resto del viaje, para qué negarlo, lo he hecho como un campeón. O así me lo decían mis camaradas, que me colmaban de mimos y panes. Y si no me los daban ellos me los cobraba yo, como cuando he rasgado la bolsa que colgaba de la mochila de Mikel, que andaba absorto guiándome del ramal.
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No obstante, sin duda, el momento del día ha sido la entrada a Pamplona. Desde que Jesús de Nazaret entró a Jerusalén a lomos de un antepasado mío rodeado de ramos no se veía una escena semejante. Primero los niños de un colegio de Burlada excitados por mi presencia (más vale que paciencia me sobra, porque menos tirarme del rabo me han hecho de todo), después Josetxo y Gabriel, primo y tío de Mikel, que nos retrataron a todos a nuestro paso por el puente de la Magdalena y el portal de Francia. Con tantas emociones… ¿cómo no iba a cagarme? Así ha sido y no desvelaré cuál de mis camaradas tuvo el dudoso honor que recoger mi regalo para evitar sanciones municipales (si por la de perro son 300 pavos, no quiero ni imaginar lo que cobrara el agente de turno cuando ponga en la balanza de reglamento mi plomada de kilo y medio).
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Luego fueron los antiguos compañeros de trabajo de Ainzúa los que salieron a mi encuentro, y más tarde Laki -un amigo de éstos- y su madre Clarita, a los que me piden que mande un abrazo. Después aparecieron de nuevo los padres de Ainzúa, que ya les habían pasado un par de bocadillos de tortilla de chistorra en Villava. Bretón apareció también por ahí y me regaló un Diario de Navarra y un pan antes de llegar a la Universidad de Navarra, donde para alivio de mis compadres, como ya he relatado, llegué limpio de vientre.

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Más fotos, sellos, parabienes y caricias. ¡Cómo nos han mimado en la UNAV! Donde incluso han dejado para mí unos caramelos y un banderín. Edu y José han aprovechado para salir de su agujero de archiveros y saludarme.



Con tantas aventuras, caía la tarde cuando entrábamos, agotados por la fama, a Cizur Menor, a cuya entrada presencié un accidente leve de coches sin inmutarme (aunque quizás fui yo el causante de la distracción). Aún me visitaron otros tíos de Mikel, José y Cristina y los amigos Subi, Piti y Sáenz, recién llegado de Barcelona sin otro menester. En Cizur, diez para los padres de Mikel Jaurrieta, Paco y Soco. A ellos, un monumento a la hospitalidad. Exquisita comida para mis humanos, casa para ellos solos, ducha reparadora, cena y bocadillo para el día siguiente. Para mí, una era entera que ya he dejado sin hierba, agua y avena. Os preguntaréis, ¿avena de dónde? Pues sí, de la funda de almohada. Una funda que recogió el padre de Ainzúa de aquel matorral de Zuriáin donde la dejaron tirada éstos. Se ve que les pudo la conciencia, lo cuál significa que mañana volveré a reír…
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PD: me dicen que ayer no se destacó aquí nada de la amazona que recorrió Akerreta a mis espaldas. Se llama Amaia, tiene cuatro años y es más mona…


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