jueves, 26 de julio de 2012

Epílogo de la aventura (Gracias y Buen Camino)


Hola amigos. Hola, adiós, y hasta pronto. El que escribe estaslíneas ya no es Maxari. Soy Mikel, encargado por mi burro de hacer un breveepílogo a esta gran aventura. Porque una vez tuve un burro, ¿saben? Locompramos Javier y yo para hacer el Camino de Santiago y durante cuarenta ypico días convivimos con él como si fuera uno más. Parece una perogrulladarepetir esto, pero lo hago, porque ahora que el viaje termina, empiezo arecordar lo que ha sido y, por sus características e intensidad, me cuestacreer que haya ocurrido realmente. Pero sí, lo ha hecho.

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Me gustaría compartir con ustedes la inmensa alegría, lainmensa paz que nos ha aportado esta idea absurda que terminó siendo una odiseamaravillosa. Hay muchos sentimientos, pero el fundamental es el de gratitud. Unsentimiento, por cierto, muy presente en el Camino.
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Gracias Javier. Estoy orgulloso de ti. Mejor que nadie sabescómo ha sido este viaje, y mejor que nadie sabes cómo te agradezco que hayassido mi compañero en el andar durante estos cuarenta días inolvidables. Losabes, pero te lo recuerdo. Has sido el mejor compañero y de ti he aprendidograndes cosas y, gracias a ellas, también de mí.
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Maxari, gracias por llevar nuestras mochilas. Gracias por serun animal noble, por no aprovecharte de nuestra inexperiencia, por ser ungrandísimo burro. No te olvidaremos, y prometemos una visita más antes quedespués. Rebuzna, come yerba, sé feliz.
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Jospi, amigos de Lazkao, Raketa… muchas gracias porpresentarnos a Maxari. Gracias por vendérnoslo y gracias por vuestros sabiosconsejos. Sin vuestra colaboración, este viaje habría estado cojo.
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Padres y hermanos de Javier y Mikel: Begoña, Carmelo, MiguelÁngel, Esther, Itsaso, Ignacio y Fermín. Gracias. De mala manera se puedecaminar hacia delante si no se tiene un apoyo detrás. El vuestro ha sido grandeen la distancia y os aseguro que cada ánimo que nos brindasteis, cada ayuda,cada consejo vuestro, alivió el peso de nuestras mochilas. Extiéndase esteagradecimiento a primos, tías, tíos y abuelas, Angelina y Visi. No he llegado,como me decíais de pequeño, a América en burro, pero algo es algo.
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Amigos. Los que habéis podido venir y los que no, a todosgracias. Por confiar en el éxito de nuestra empresa. Por verla absurda yestrambótica, por decir “estáis colgaos” y aún así apoyarnos, por compartirnuestras vivencias y ser partícipes de ellas. Gracias por los mensajes, por lasllamadas y por las visitas. Por acoger al burro o a sus amos desde Cizur aBurgos. Si en vuestra mente estuvimos algún día, vosotros lo estuvisteis en lanuestra siempre, especialmente aquellos que encontraron baches en el camino oque afrontan cuestas en la actualidad. Un abrazo a todos.
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Amigos del Camino. Gracias por cruzaros en nuestra ruta. Porcompartir con nosotros un paso, una charla,una etapa, o un orujo. Por echar unamano cuando hizo falta y enseñarnos que hay tantas maneras de hacer el Caminocomo peregrinos. Y que todas y cada una de ellas son igual de válidas yadmirables. Por ser desconocidos en el mundo real, pero íntimos en la rutajacobea. Por vuestro desinterés y ayuda. Gracias.
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Lectores de este foro. Gracias por hacer que el esfuerzomereciese la pena. Por seguir con emoción cada días las humildes letras de unburro con ínfulas de novelista. Cada comentario de seguidores como Santi,Náugrafo, Gabriel, Esther, las Rubias… eran un premio a la inversión de tiempo,y el esfuerzo, a veces en condiciones técnicas desquiciantes, a veces sinduchar y con los pies doloridos, a veces sin ganas de darle a la tecla o, nisiquiera, comenzar una nueva etapa.
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Y gracias Fran. El maravilloso franfun. Qué decirte. Tuyo esel mérito de que estas líneas lleguen a casa, a Suecia o a Nueva Orleans.Gracias por echar una mano desde la distancia, por dejarnos el portátil, y porimplicarte con ilusión en este proyecto.
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Universidad de Navarra, gracias. Por habernos dado lasherramientas necesarias para poder juntar unas letras más o menos dignamente.Por el interés en nuestra aventura. A Fcom, a Eva y al equipo de la 98.3,gracias.
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A mí mismo, gracias. Por marcarme un objetivo y conseguirlo,aunque no fuese del todo elevado. Gracias por conocerme mejor y ponerme aprueba en mil y una situaciones. Y gracias por superarlas todas. No siemprehemos congeniado yo y yo, pero ahora mismo, sinceramente nos caemos bien.
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Y a ti Santiago, gracias. Por desembarcar en Galicia un día;por hacer del Norte de España un crisol de culturas; por permitir llegar hastati desde cualquier punto del globo, caminando por la senda de los montes yvalles, pero también por la que recorre el interior de cada uno. Gracias porecharnos un cable en situaciones difíciles y por permitir reencontrarnos connosotros mismos y con la tradición de la que hemos mamado desde niños.
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En fin, a Santiago de Compostela hemos llegado y de él nosmarchamos. Ayer disfrutamos de sus calles y de su gastronomía. En el Parador delos Reyes Católicos, siguiendo una tradición centenaria que no sale en lasguías, nos invitaron a comer por haber venido andando. La celebración continuóluego hasta las tantas, brindando por Maxari, oyendo sus rebuznos en cada sillaarrastrada, en cada puerta oxidada.
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Esto es el fin (de un capítulo, supongo). Asinus Viator cierrasus puertas y descansará ahora de crónicas y fotos. Javier y yo, después denuestro paso por la ciudad, pondremos rumbo al fin del mundo, a Finisterra y deahí a Muxia. Será una semana extraña, de transición. Sin burro, sin blog… tansólo caminar hasta que no sea posible dar un sólo paso más. Hasta llegar almar.
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Ha sido un placer encontrarles en el Camino, espero que no seala ultima vez.
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¡Ultreia Suseia!

40 etapa / Monte do Gozo – Santiago de Compostela (El final de un Sueño)


Hola a todos. Les escribo hoy por última vez. Tecleo el ordenador con mis pezuñas en Piedrafita, provincia de Lugo. Aquí viviré a partir de ahora, con José Rodríguez, el panadero del pueblo, y con su familia. Me conoció al subir el puerto de O Cebreiro y en seguida se dio cuenta de que estoy hecho de una madera asnil muy especial. No es la primera vez que cambio de dueño, la verdad, pero tengo que confesar que durante el viaje que realicé esta mañana en un remolque desde Santiago, me puse un poco triste.
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Mis compadres bípedos -siempre lo serán- me compraron en Guipúzcoa el último día de enero. Todos sabíamos que nuestra relación tendría una fecha de caducidad, y que ésta vendría establecida por la llegada del trío a Santiago. Aún así, ya se sabe que el roce hace el cariño y mis compadres reconocerán haberme cogido una querencia inmensa. Como muchos de ustedes, avezados lectores de este humilde cuaderno de bitácora, según ha llegado a mis oídos. Para qué vamos a engañarnos, soy una monada.
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Mikel ya había tenido algún contacto con animales desde que era un zagal, pero Javier, como muchas veces me recordaba, no había tenido en su vida un triste hámster. Sin embargo, con el paso de los días, con el caminar de las etapas y el convivir 8 ó 10 horas diarias, tengo que decir que tanto uno como otro han resultado ser unos excelentes ganaderos. Han repartido sus responsabilidades para conmigo sin poner jamás un pero, “hoy coges tú la boñiga del burro en Burgos, mañana lo haré yo en Sahagún”-. Da gusto haber viajado con dos tipejos tan buenos amigos y tan complementarios. Mikel, con su nervio ante las dificultades y su ingenio, y Javier, con su sosiego en las situaciones difíciles y su capacidad para ver las cosas tal y como son, sin dramatismos.
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Me han cepillado, limpiado de piedrecillas las pezuñas, quitado mocos y legañas, fabricado una baticola, acolchado las alforjas… han adquirido una gran responsabilidad y la han cumplido. Yo he sido para ellos como un hijo, no sólo por el cariño que me profesaban, sino por las obligaciones que imponía mi presencia, los pros y también los contras.
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Tengo que decir que yo he aportado a la comitiva el necesario glamour que distinguió este viaje extraordinario de los cientos de peregrinajes normales y corrientes que se desarrollan cada mes. Mi presencia les ha dado un toque gracioso, que les ha abierto alguna puerta y les ha granjeado simpatía por doquier. Y alguna cosilla más…
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Pero no ha sido siempre un camino de rosas. Soy majo, pero soy un burro al fin y al cabo. He hecho honor a nuestra fama de tozudos, ustedes lo saben bien, pero Santiago dirá que jamás he mordido o soltado coz a traición alguna. Y cuando lo he hecho han sido amagos justificados que no han acabado en nada.
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Ayer, mientras Javier se recuperaba de la paliza de la caminata y Mikel me acicalaba para el gran día, sufrió éste último una sobredosis de nostalgia adelantada, me miró a los ojos con los suyos empañados y me dijo: “eres un gran burro”. Yo he hecho lo que he podido, no sé, lo que sí puedo decir es que ellos han sido grandes compadres, aunque también con sus pegas, sus faltas de experiencia y sus remilgos al principio, claro.
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El caso es que no les olvidaré fácilmente, como seguro ellos no me olvidarán a mí. Ahora les supongo comiendo en el parador de de Santiago, donde invitan a los peregrinos que presentan la credencial el día que llegan a la ciudad. La entrada en Compostela ha sido mágica. Siguiendo las ordenanzas, nos hemos levantado todos a las cinco y pico de la mañana para entrar en la plaza del Obradoiro antes de las nueve, hora en que los animalejos son expulsados a las afueras. No había amanecido cuando hemos partido en silencio, observando la vía láctea y la luna llena para guiarnos en nuestros últimos pasos, concentrados todos en nuestros pensamientos y sensaciones, enfilando una a una las calles de entrada a la ciudad. Comenzaba a amanecer ya en Santiago, todos los negocios cerrados, nadie en las calles salvo algún sufrido barrendero y dos o tres trasnochadores que nos deseaban buen camino con acento etílico. Para lo que nos quedaba… cloc, cloc, cloc, mis cascos sobre la acera y nada más, doblamos una esquina y de repente una bandada de palomas dirigen nuestra mirada a las agujas de la catedral, iluminadas por la luz taimada y suave del alba.
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Ahí es donde se ha producido el escalofrío general, mayor aun que cuando hemos entrado finalmente en la desierta plaza del Obradoiro. Estábamos aquí, lo habíamos conseguido, mis compadres habían logrado hacer realidad un sueño absurdo, arreal (si se me permite la licencia de usar ese término de nuevo cuño y copyright amigo) pero apasionante. Mis amos se habían comprado un burro y habían andado durante cuarenta días -los mismos que anduvo Jesús en el desierto- para llegar a donde ahora llegaban. Como en el Medievo, sin coches de apoyo, ni alforjas de diseño, sólo con sus palos, sus botas y yo.
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En fin, pueden ustedes imaginarse el momento. No es un tópico eso de la emoción al llegar al enclave donde descansan los restos del Patrón de España. Se han abrazado, me han abrazado a mí y hemos contemplado la altura de las torres del templo, los pasos dados hasta llegar a verlas y, en la distancia, a las personas queridas que les esperan de nuevo en Pamplona. Alguna lagrimilla ha aderezado inevitablemente la escena.
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Y ya está. Eso es todo. Lo malo de cumplir un sueño es precisamente cumplirlo, porque ése es un momento tan intenso como fugaz. Poco después de entrar en la catedral y abrazar al Santo, han buscado éstos una pensión cercana donde reposar hoy cristianamente, con sábanas y pestillo y hemos desandado un trozo de lo andado. Por el camino nos hemos cruzado a viejos amigos: los chicos de Benidorm, Rubi y Clara, las cordobesas, con quienes ha habido intercambio de regalos, a Marcos, la simpática pareja de abuelos Sandro y Paco e incluso a Francesca, la alemana que conocieron en Los Arcos y a la cuál no habían vuelto a ver hasta hoy.
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Una vez en las afueras, hemos esperado la llegada de mi nuevo dueño con el remolque. Hacía muy buena mañana y la hemos pasado tumbados al sol, haciendo fotos, saludando a niños y ancianos curiosos con mi presencia y despidiéndonos poco a poco. Serán muchos los recuerdos en los que esté yo presente, muchas las situaciones que recordarán mis compadres cuando estén de vuelta en sus cotidianidades. Como cuando me venían a saludar por la mañana y yo les recibía con un sonoro rebuzno, o cuando me paraba para echar un pis con las patas de atrás como en cuña, o cuando me revolcaba sin importar si llevaba puestas las alforjas o no, o cuando bostezaba o cuando, como efectivamente ha ocurrido justo en el último momento, me cagaba en un lugar poco apropiado y debían recoger mis compadres el regalo cuidadosamente. Eso es lo último que han hecho antes de subirme al remolque, créanme. Pero, aunque les parezca una tarea sucia y desagradable, vuelvan a creerme a que la han acometido con el mayor de los gustos. Sabiendo que será la última vez que lo hagan. Al menos en mucho tiempo.
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Quiero agradecer a todos ustedes el seguimiento de mis asniles crónicas. Ésta es la última, ya lo he dicho, pero mañana cedo el testigo a Mikel para que escriba algo a modo de epílogo. Entonces ya, Asinus Viator, será definitivamente historia. No lo será aún en cambio esta aventura, que mis compadres alargarán otra semana más. Andarán hasta Finisterre siguiendo el rito primitivo, lanzarán allá las dos piedras que trajeron de Navarra, quemarán aquellas ropas inservibles que simbolizan su vida pasada, para volver luego a ella, pero con aires renovados. Después irán a Muxia, donde se cuenta que desembarcó el Patrón y ya entonces decidirán si se detienen o siguen caminando.
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Hagan lo que hagan, dice Alfredo, un buen amigo, que no importa tanto la meta, como el trayecto y las personas que uno elige para transitarlo. No le falta razón, si a las personas añade animalejos. Ha sido un gran trayecto a cuatro patas, espero que ustedes lo hayan disfrutado desde la distancia leyendo estas crónicas al menos la décima parte de lo que yo he disfrutado escribiéndolas. Si es así, háganmelo saber en este foro para dormir tranquilo en mi nueva cuadra.
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Sean felices allá donde estén, sonrían y sobre todo, hagan lo que hagan, hagan un poco el burro de vez en cuando. Encantado y hasta siempre.

39 etapa / Pedrouzo – Monte do Gozo (Mañana estamos, Santiago)


Opino que básicamente hay dos formas de tomarse la vida: con o sin buen humor. Por fortuna servidor, y dueños, son más de la primera opción. Más vale, porque si no, el día de hoy, el último que pasamos juntos… en fin, lean, lean.

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Les avanzo que después de cuarenta días y casi ochocientos kilómetros juntos, hoy, la última etapa, los últimos 15.000 metros, los hemos hecho por separado. Javier y yo por un lado y Mikel, por otro. No se asusten, seguimos siendo todos amigos. El motivo no ha sido una mala riña, sino -en mi opinión-una pequeña broma que Santiago nos tenía reservada para hacernos escarmentar por nuestra falta de previsión y para poner a prueba nuestra capacidad de reacción e improvisación ante las adversidades.
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Hoy hemos salido tardísimo del albergue. Los últimos. Después incluso de una cuadrilla de irlandeses que ayer celebraron San Patricio hasta las tantas. Era el último madrugón para la última gran etapa (aún no estamos en Santiago, pernoctamos en Monte do Gozo, pero mañana son sólo cuatro kilómetros).
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Ayer hablaron con mi comprador, un panadero de Piedrafita que se encariñó conmigo y que les dijo que era necesario hacer un sencillo papeleo -la guía de transporte animal- para que viniese a recogerme mañana con un remolque.
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“Bueno”, pensaron mis compadres, “mañana buscamos en google un veterinario en Santiago y que nos haga la guía esa en un tristrás”. ¡Já! No habían salido esta mañana de Pedrouzo cuando un coche se para y se bajan dos hombres muy amables curiosos con mi presencia. Hablando, hablando sale el tema de la guía (ellos tienen ganado). Y les dicen: “Pues eso lo tenéis que hacer en el Servicio de Explotación Agrícola de la Xunta, en el barrio de San Lázaro de Santiago”. Vaya, dependemos de funcionarios y es viernes, cierran a las dos y no abren hasta el lunes, fecha en la que mis compadres marchan de Santiago…
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“¿Qué hacemos?”, se preguntan mis amos. Lo primero es llamar al servicio ese a ver si la cosa se puede hacer por teléfono. Cuando dan con el número, después de cinco llamadas a diferentes consejerías de la Xunta, les dicen que por teléfono es imposible, que el trámite tiene que ser presencial, porque se necesitan mis papeles y la firma de uno de mis amos.
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Acción-reacción-acción. Sopesan pros y contras y deciden que Mikel se adelante hasta Santiago (porque son las once y a las dos a pata no llegan a mi ritmo ni de coña) y haga los papeleos que les permitan desprenderse de mí dentro de la legalidad vigente. ¿Cómo ir? ¿Corriendo? No. ¿Volando? Tampoco. Pues ahí tienen a los dos colegas que se abrazan en un bosque de eucaliptos, se desean suerte, y se separan. Javier y yo seguimos por la senda del Codex Calixtinus y Mikel sale a la carretera sudando del calor y el agobio a hacer autostop. Se marcha con el móvil de Javier, (el suyo no tiene batería), su palo, su mochila y su olor a mí.
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Pasaban los coches sin detenerse ante los ruegos de Mikel y éste comenzaba a perder la esperanza. El tiempo corría, la hora de cierre de la oficina de la Xunta se acercaba y el plan se desvanecía… Pero después de 20 angustiosos minutos, ocurrió el milagro y apareció él. Era un Audi, gris metalizado creo, y desde que Mikel lo atisbó en el horizonte con el pulgar extendido, asumió que no iba a parar. “Un coche caro, un peregrino andrajoso… no combinan bien”. Pero los tópicos son idiotas y la idiotez del prejuicio ha quedado patente cuando el Audi ha parado en el arcén y su conductor, un hombre trajeado y con corbata, ha preguntado a Mikel a dónde iba. “¡A Santiago!”. El conductor le ha dicho que él le podía dejar sólo a cinco kilómetros de donde le había recogido y que luego Mikel tendría que buscarse la vida.
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Menos da una piedra y Mikel, muy agradecido, acomodaba palo, mochila y posaderas en los asientos tapizados del automóvil en menos que canta un asno. Cuando mi amo se ha presentado y ha relatado a su ángel de la guarda nuestra rocambolesca historia, éste ha revelado una de esas coincidencias que sólo ocurren en situaciones así. “Pues precisamente yo trabajo en la Consellería de Agricultura y conozco a un sinfín de veterinarios a mi cargo que si no llegas a tiempo te pueden sacar del apuro”. Una vez más, la luz del Camino se abría paso entre los nubarrones. Había plan A y plan B, que es más de lo que podrían soñar mis compadres bípedos.
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Al final, Antón -así se llamaba el conductor- le ha dejado en la puerta de la consejería despidiéndose con un “buena suerte”. Resultó que no era ese el edificio buscado, pero las oficinas donde tenían que resolver la papeleta no quedaban más que a veinte minutos a pie. Calle O Concheiros. Mikel avanzaba veloz, sin detenerse a pensar que después de miles y miles de metros a pie para llegar hasta Santiago de Compostela, acababa de entrar en la ciudad en coche. “Disculpe señora, ¿la calle O Concheiros?”. Estaba en ella, de hecho, la pregunta la había formulado enfrente mismo de las dependencias buscadas.
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Al fondo a la izquierda
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Mikel entra en la oficina y pregunta por Carlos, el veterinario de la Xunta con el que había hablado por teléfono. “Al fondo a la izquierda”. Con su palo, su mochila, sus polainas y sus pintas, se acomoda en el aséptico despacho del funcionario y saca, con aire triunfal, mis papeles, los datos del comprador y todo el pifostio. Sin embargo, el hombre los hojea chasqueando la lengua, suspirando y meneando la cabeza.
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Resulta que había errores de forma debido a regulaciones diferentes en Galicia y País Vasco (¡viva la descentralización autonómica!)… Mikel miraba con miedo cada gesto del funcionario.
Rezaba, creo, temía tener que acabar esta historia comiéndome asado en el Monte do Gozo acompañado de una guarnición de patatas.
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Pero el funcionario se apiadó. “Se lo vamos a hacer, porque se lo vamos a hacer, pero esto tenía que ser así, así y así”. Mikel no entendía, sólo asentía inundado de un enorme alivio.
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“Bien, pues muchas gracias, ya está ¿no?”. No, no estaba, faltaban por pagar los gastos de expedición del documento: 2,88 euros. Mikel ha sacado su cartera para abonar lo acordado pero… “No, perdona pero eso tiene que ser abonado en un banco o caja de ahorros”. Quedaban veinte minutos para que los bancos y la oficina cerrasen… Así que Mikel, sin coger ni siquiera su abrigo, ha salido escopeteado de la oficina a buscar un banco. Banco Gallego, lo encontró pronto. Ha entrado y una mujer que ha percibido su apuro le ha cedido el turno. Mientras el dependiente cursaba el pago golpeando con el sello la copia del recibo por triplicado, Mikel se ha fijado en un detalle. Un retrato de la pétrea faz de Santiago. Quizás piensen que esté loco, pero juraría que en ese rostro, de normal serio y hierático, ha percibido Mikel una sonrisa maliciosa.
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Presentado el recibo, sólo le ha quedado a Mikel desear un buen fin de semana al veterinario y agradecer sus desvelos. A la salida ha preguntado el modo de volver unos kilómetros para encontrarse con Javier y conmigo. Maika, la gentil amiga de Raketa, mi antigua dueña, ha buscado en coche a Mikel para acercarle al Monte do Gozo y ofrecer una finca para mi reposo, que al final no ha hecho falta. Para entonces, mi amo se había zampado un pulpo con vino tinto a mi salud y a la de Javier.
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Mientras comía satisfecho de la victoria, pensaba mi compadre bípedo en lo divertida que es a veces la vida cuando las adversidades se toman con humor. Y pensaba también en que la Xunta, el estado Español y hasta la Santa Sede, le deben de alguna manera 15 kilómetros que se ha perdido del Camino, y en que éstos son la perfecta excusa para volver un día a cobrárselos.
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La última condena
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¿Y mientras, dónde estaba Javier? Pues estaba tirando de mí como nunca, sufriendo como un condenado, esforzándose en hacerme andar sin el apoyo en retaguardia al que acostumbra. Ha llegado literalmente reventado, por innumerables cuestas y ausencia de agua, reloj y móvil, pero creo que no me guarda rencor.
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Han llegado mis dos amigos humanoides prácticamente a la vez al albergue del Monte do Gozo. Se han abrazado, pegaba un solecito muy agradable y se han dejado caer en la hierba. Yo descansaba también y ellos se han recostado en mi costillar.
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Nadie decía nada. Con Santiago al fondo nos sentíamos felices, aunque sabíamos que el de esta noche, será el último pan seco que me den.
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Mañana haremos la gran entrada. Madrugaremos para cumplir las ordenanzas (no puedo permanecer en el centro de Santiago más allá de las nueve de la mañana). José, el panadero de Piedrafita, vendrá a recogerme a las once y pico. Allí nos diremos adiós. Quizás mis compadres gimoteen y yo rebuzne un poco. Pero cada uno tirará por su camino, tal y como estaba previsto. El plan se cumple y, hasta la fecha, todo ha ido a pedir de boca. Mañana irá igual, seguro, aunque intuyo que los nervios harán innecesario el madrugón de mis compadres.
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Como los antiguos caballeros la noche antes de ser nombrados tales velaban sus armas, mis amigos me velarán hoy. Gozando del monte en el que descansan, gozando de las dificultades superadas y gozando anticipadamente de la entrada en la ciudad destino. ¡Hasta mañana, Santiago!



38 etapa / Ribadixo – Pedrouzo (¿No queda nada?)


“No queda nada”, nos lo dicen en cada albergue al que llegamos desde hace una semana más o menos. Después de 38 días fuera de casa, con la única ocupación de andar, ducharse con chancletas, dormir en literas y despertarse pronto, las distancias y, sobre todo, los tiempos, cambian el significado que acostumbran a tener en la vida real.

Así pues, ese “no queda nada”, a dos días de llegar a nuestro destino carece de su sentido tradicional, tiene otra dimensión. En realidad, “nada”, para Javier, Mikel y yo, es lo que ha quedado atrás desde que partimos de Roncesvalles. Navarra es ya “nada”, lo es la Rioja y Castilla, lo es León y lo es la última aldea que hemos atravesado hoy. En cambio, lo que queda por delante es un mundo. “Todo”. Aunque sólo en poco más de 48 horas estaremos en Santiago, en ese tiempo pasarán muchas cosas. Lo primero y principal: el trío calavera será disuelto. Yo me separaré de mis dueños y comenzaré una nueva vida lejos de mi lugar de origen. Mis compadres recibirán una acreditación y volverán a sus hogares, a retomar las vidas que vivían, acabado este paréntesis espacio-temporal. Dentro de 48 horas, su actual modo de vida comenzará a ser un recuerdo, pronto se sorprenderán pensando mientras ven la tele en que un día oler a burro, darse vaselina en los pies o robar forraje, era para ellos tan cotidiano como cepillarse los dientes, o quedar con los amigos. Volverán a la realidad, bajarán de las nubes… y habrá pasado “un mundo”.
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No sé, yo soy un asno y los asnos estamos aquí para hacer el burro y poco más. Pero tengo sentimientos, aunque cague donde como y rebuzne cada mañana. Y hoy, pensando en estas cosas me he notado sensible. Como sensibles han estado mis amigos. Al cansancio físico y mental se une ahora la ansiedad por cumplir objetivos y la inminencia por volver a la normalidad. Son horas para reflexionar, acordarse de la gente querida, mirar atrás, mirarse dentro de uno mismo y hacer un primer balance. Es por eso que hablan poco y que las piernas amagan con flaquear ante la batalla final.
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¡Y eso que por fin salió el sol! Buen augurio, sin duda. Las selvas de eucaliptos nos han arropado durante el camino con sus sombras siniestras y sus troncos largos y despellejados. Una parada en la Casa Verde nos ha dado a todos fuerzas (a ellos más, con el bocadillo “trifásico” que se han zampado: beicon, lomo y queso en pan gallego).
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Como anécdota jocosa del día, la de Paco. Hablé ya de Paco y su amigo italiano Sandro, dos octogenarios muy simpáticos que hacen el Camino a su ritmo y siempre hablan de cosas elevadas como Historia o Filosofía. Recuerdan a Max Estrella y Don Latino, pero sin esperpento. La escena se ha producido frente a una gasolinera. Había una bandera española ondeando de mala manera en un poste junto a los surtidores del establecimiento. Estaba descolorida, mustia y prácticamente hecha jirones. Paco se ha detenido a un lado de la carretera y ha llamado a gritos la atención de una pareja de la Guardia Civil que se disponía a entrar a la gasolinera.
-“¡Cabo! ¡Cabo!”, clamaba el anciano entre el ruido de los coches.
-“¡Dígame! ¿Qué ocurre?”, ha preguntado el cabo preocupado.
-“¡Es denunciable!”, ha respondido airado el viejo peregrino.
-”¿Cómo dice?”
Los coches entre medio a toda velocidad.
- “¡Que es denunciable!”
- “¡El qué?”
- “¡Esa bandera!”
- “¿Cómo?”, el paciente policía no comprendía nada.
- “¡Que es denunciable esa bandera, leche! ¡La enseña nacional, se pone como Dios manda, o no se pone!”
El guardiacivil le ha dado la razón sin saber muy bien qué decir y ante su complaciente “ejem, pues sí, sí”, Paco ha musitado entre dientes: “Pues curse la denuncia, coño”. Después se ha dado la vuelta muy digno y ha vuelto a la conversación con su amigo italiano para seguir discutiendo de de cosas elevadas.
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Tras el suceso, Javier y Mikel han observado a los dos camaradas andar a paso de tortuga y gesticular con las manos. Entonces se han preguntado cómo serán ellos cuando cumplan ochenta años, como si eso fuese a ocurrir mañana mismo. Como he dicho antes, el tiempo, en el Camino, adquiere dimensiones extrañas.

37 etapa / Palas de Rei – Ribadixo (O polbo do Camiño)


En la película de Forrest Gump, cuando el protagonista está en Vietnam, dice en voz en off: “Un día empezó a llover y así estuvo durante días y semanas”. O algo así, ya saben. Desde que entramos en Galicia, la descripción que hacía el buen tontico en la selva de los charlies nos ha venido al pelo. “Un día entramos en Galicia, empezó a llover… y hasta hoy”. De nuevo amaneció a cántaros. De nuevo los calcetines se humedecieron al poco de salir, de nuevo los ponchos fueron amortizados, de nuevo el ramal dejó escurrir sobre las manos de mis compadres un agua sucia, densa y marrón como el café con leche. Estaba sucia la cuerda, sí, pero nada comparable al grueso pelaje que cubre mi cuerpo. Empezaron mis amos cepillándome, y aún seguirían si no fuera porque quieren llegar a Santiago algún día. Como ayer me acosté mojado, y desde el minuto uno de mi entrada a la cuadra comencé a revolcarme en montañas de paja, heces propias y ajenas, hoy estaba hecho un auténtico ecce homo. Pese a ser un asinus. Si a eso le añades que al sacarme del pesebre, el aguacero ha provocado que la porquería se convirtiese en un barrillo infecto y hediondo, puedes decir que hoy he amanecido más jabalí que burro. Y a mis compadres se les ha atragantado el café y la tostada, seguro. Me cepillaban con ahínco, sufridos con la tarea como una madre con los dodotis de su retoño. Se han pegado un buen rato, con las manos negras de roña, despidiendo uno a uno a los peregrinos que arrancaban la caminata antes que ellos. Al final he quedado aceptable, me han vestido y hemos partido al filo de las diez. A los cinco minutos, ¡tachaaaaán! Un río con una hiera de pedrolas para cruzarlo. Si el otro día invirtieron en que pasase una hora y media, hoy han sido diez minutos. Y lo mismo en otro paso similar al final de la etapa.. Sokatira es la clave.

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Poco más ha ocurrido aparte de la lluvia, excepto que hemos entrado en La Coruña, la última provincia que nos verá pasar. Alguna vaca, alguna oveja coja, algún gato y mucho hórreos. Una anciana me ha querido comprar, para variar. Pero ha confesado que era para hacerme trabajar con un arado y éstos han pasado de negociar. Por lo menos han mendigado con éxito una gavilla de forraje que ahora me zamparé. Mikel, haciendo alarde de periodista intrépido, ha pedido permiso a una lavandera que se afanaba en el frote en un lavadero de piedra para sacarle un retrato. Ante la respuesta afirmativa de la buena mujer, que paraba para que Mikel sacase la foto, éste le ha pedido que por favor continuase en sus labores, o que hiciese como que continuaba, para dar realismo a la escena.
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La etapa ha vuelto a hacerse larga y, si ayer fue Mikel quien acusó los estragos del kilometraje y los días de peregrinaje, hoy ha sido Javier el malparado, cuya planta del pie amaga con plagarse de ampollas a última hora.
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Lo más gratificante de la jornada, sin duda, la compañía. El equipo lo componen ahora el veterano caminante ilicitano -Marcos- y las dos chicas cordobesas, Clara y Rubi. Cuando hace falta una mano para atender mis cuidados, sobran dedos dispuestos, afanosos y desinteresados. El equipo al completo se ha dado un homenaje a medio camino. Un homenaje de ocho patas, símbolo de la buena suerte para este país. Hablo del pulpo. “O polbo” en galego. Debía de estar riquísimo porque han invertido un buen rato en su degustación en la tasca de Ezequiel que lleva preparándolos tanto tiempo que suda tinta entre fogones.
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En fin, mañana será, si mis cálculos no fallan, el antepenúltimo día. Uffff… ¿no?. La cosa de mi futuro está casi -y sin casi- atada. Éstos no hablan mucho de ello, pero saben que pronto afrontarán un mundo de sensaciones difíciles de digerir. Hoy, tomándose una estrella Galicia, les ha entrado un momento de nostalgia raro. Nada que no se solucione con unas palabras entrecortadas por la emoción y un abrazo. Mi futuro al llegar a Compostela está cerrado. Lo que queda por saber es el futuro de éstos. No sé, pero siendo como son, no me extrañaría que hicieran como el bueno de Forrest Gump… ya saben.

36 etapa / Portomarín – Palas de Rei (Tras la tempestad...)


Llegó la calma. Nada tienen para reprochar hoy mis amos, y así me lo han reconocido. Y eso que ha llovido lo suyo. De hecho, la partida de esta mañana ha sido la más lluviosa de cuantas hemos acometido en este viaje. Era una lluvia densa, de gotas gordas y heladas. Por suerte, mis amos estaban bien descansados. Pese al barracón en el que pernoctaron junto a cuarenta peregrinos más, han dormido de un tirón, que no es poco. Así pues, hemos afrontado la etapa con buena cara pese al mal tiempo. A ello ha ayudado el reencuentro con nuestro amigo Marcos y con dos nuevas compañeras de viaje, Clara y Rubi. Son dos cordobesas muy simpáticas que empezaron en Sarria y que el sábado volarán de regreso a la ciudad de la emblemática mezquita. Con ellas, un grupo de chavales valencianos y Marcos, mis compadres compartieron ayer pasta casera para cenar y sobremesa hasta las tantas.

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Sabedor de que ayer puse a prueba la paciencia de mis bípedos compadres, hoy he caminado brioso y obediente todo el camino. A cambio, ellos me han ataviado con el hule que me sirve de chubasquero y con una capucha fabricada con una bolsa de basura que me han acomodado en la testa. El mismo ingenio ha utilizado mi compadre Javier que, hecha jirones su capa amarilla de Port Aventura debido al viento y al roce con la maleza, se ha agenciado en el albergue otra que alguien había desechado por tener rasgada la capucha. Así, ambos parecíamos una suerte de Doña Rogelia y la Blasa. Qué quieren que les diga, no íbamos como para desfilar por Cibeles, pero hemos mantenido el colodrillo más seco que la mojama.
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Dejábamos atrás Portomarín a la nueve y media. El pueblo por cierto fue trasladado piedra a piedra en los años sesenta debido al embalse que el tío Pachi inauguró en su antigua ubicación. Atrás quedaba su iglesia-fortaleza y sus curiosos negocios. Como el del señor Yáñez, que se anunciaba en su letrero como funeraria, reparador de calzado y no sé qué más. Eso es diversificar el negocio.
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La etapa no ha sido bonita del todo. Mucho asfalto, la verdad. Además, lloviendo como llovía íbamos toda la comitiva concentrada en sus pensamientos la mayor parte del trayecto. Lo que ha sido destacable es la paradita en boxes para almorzar. La fonda se llamaba O Cazador y ahí se han tomado mis compadres un vinito con una escudilla de lentejas calentitas que les ha revitalizado cuerpo y alma. La dosis de energía les ha venido bien cuando han tenido que rebasar a u grupo de medio centenar de adolescentes madrileños que recorren el Camino en compañía de sus monitores. No vean que lío para adelantarles yo, que voy ausente de intermitentes, luces de gálibo y demás.
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a lo de andar con brío me han ayudado mis compadres. A Marcos se le ha ocurrido cruzar un palo por el mosquetón de mi ramal, de tal forma que Mikel y Javier tirasen como dos bueyes agarrados al palo, que en este caso sería el yugo. El invento ha funcionado, ha aumentado mi ritmo y ha disminuido mi pereza, así que supongo que de haberlo descubierto antes estaríamos ya en Santiago.
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ayer, por cierto, una aldeana que se cruzó en nuestro camino nos contó a gritos una historia divertida de un hombre de su pueblo. Resulta que aquel tipo tenía un burro y lo usaba para recoger harina del molino. El hombre se echaba el costal de harina al hombro y se subía al asno. Cuando alguien le veía de aquella guisa y le reprochaba cargar con tanto peso al desdichado jumento, él respondía: “¡Pero si a fariña a porto eu!”. Un salao.
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la etapa ha transcurrido sin más incidentes, salvo que a Javier se le ha roto la cremallera de su mochila, la misma que usó en el colegio durante su juventud, por cierto. Con tres imperdibles han solventado el mal trago y ya para lo que les queda hasta Santiago, imagino que aguantarán. Como notas culturales, hemos transitado junto al hórreo más antiguo de Galicia, junto a un cruceiro con motivos masones y la calavera de la Santa Inquisición, y junto al cementerio medieval donde eran sepultados los peregrinos que estiraban la pata poco antes de llegar a su destino… pobrecicos.
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Ahora están mis amos y sus amigos en el albergue municipal, y yo duermo de nuevo en una feria de ganado. Han conocido a un par de señores mayores (octogenarios) de lo más curiosos. Uno de ellos es italiano, Sandro, de Farnesio. Ha parlado con Mikel un buen rato en italiano y ha dicho que si peregrinase hasta Roma, me acogería de buen grado en su hacienda (cultiva avellanas). Un dicho bonito en italiano, por cierto: “Davanti ai cavalli e dietro ai cannoni”, (“con los caballos por delante y con los cañones, por detrás”), un proverbio sobre el saber estar según situaciones y no salir escaldado. Como él, me han salido “muchas novias” en el Camino. Aunque mi corazón está con Ambrosia, una burrita que me refirió Álvaro, un amigo de éstos, a través de internet y a la cuál pueden conocer pinchando el enlace.
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Paz y Bien a todos. Hasta mañana.

35 etapa / Sarria – Portomarín (El día más largo)


Bueno, pues la etapa de hoy ha sido durilla con avaricia, sí, pese a lo gratificante que ha resultado cruzar el kilómetro 100 hasta Santiago. Ha llovido todo el día. La lluvia era constante y abundante. Desde que entramos en Galicia no hemos visto el sol, pero lo de hoy ha sido exagerado. Ha comenzado el día seco, pero pronto, después de cruzar una vía del tren al poco de dejar Sarria, nos hemos encontrado, de nuevo, un río pequeño. Aunque reconozco que me dan miedo, tampoco es para tanto. Hoy me ha bastado con un par o tres intentos para cruzar el cauce de mis fobias. He entrado con garbo en el agua, cuando Mikel y Javier me…. ¡eh! ¡Un momento, espera, dejaaa.!…

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Buenas noches a todos, Mikel al teclado. Le acabo de arrebatar el ordenata a mi asno porque no hace mas que contar falacias. Les voy a explicar cómo ha sido verdaderamente lo del río. Un kilómetro de etapa, no llevábamos más, cuando nos hemos encontrado el cauce, poco profundo y ancho como una carretera. Para salvarlo no había más que una pasarela con tablones y huecos entre ellos. Maxari se había mostrado últimamente algo más colaborador a la hora de enfrentarse a estas pruebas, pero hoy nos la ha jugado. Imaginen la madre de todas las tozudeces. No les digo más, que nos hemos tirado una hora y media de reloj para que cruzase. Porque ha cruzado, sí, pero a qué precio…
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El tío ve la pasarela, se acerca hasta situarse a tres centímetros y se clava. Nosotros intentando convencerle, engatusarle… ni un milímetro, nos concedía. Intento buscar un paso alternativo río arriba, metiéndome en un prado embarrado. Nada, imposible. Sopesamos recorrer un tramo de vía del ferrocarril, que salvaba a diez o quince metros del suelo el regacho con un puente, pero lo descartamos de plano, demasiado arriesgado. No queremos que a éste le de por pararse en la vía y acabar todos como sellos de a peseta. “Venga Masxari, joder, que no hay alternativa”. Nada, ni ruegos, ni amenazas. Javier pasa a la acción. Yo agarro el ramal y él revienta literalmente su vara contra el suelo cerca del culo del burro. Nada, no hay forma humana de moverle. Amaga a veces, pero son espejismos, falsas esperanzas. Comenzamos a perder la paciencia, en cualquier momento puede empezar a llover y eso complicaría notablemente la situación.
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Hacemos un último intento poniendo toda la carne en el asador. Ainzúa tira esta vez del ramal hacia la pasarela y yo soy el que ataca por la retaguardia. Sacudo el suelo con lo que queda de vara, grito, echo cubos de agua en las pezuñas de atrás para asutarle. Mientras, Ainzúa, prácticamente horizontal, tira de la soga. Se mueve un centímetro, pero no es suficiente, está literalmente enrocado, haciendo palanca en dos piedras y una raíz de árbol. En pleno frenesí animal, me decido a agarrar sus patas delanteras y levantarlas para ponérselas en el primer tablón de la pasarela. Tengo la esperanza de que, una vez toque la madera, arranque para acabar con el trámite cuanto antes.
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Ainzúa tira y jura, y yo casi reviento mis tendones levantando en volandas a medio burro. Sospecho que se ha salido uno de mis riñones de su sitio, pues noto un pequeño bultito en el costado. Nuestros esfuerzos de poco sirven. Toca la madera pero tira como animal que es y casi nos arrastra al agua. Nos ha vencido por la fuerza.
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Se me ocurre intentar otra cosa. Por experiencia sabemos que su miedo al agua es menor a su miedo a los tablones sueltos y el suelo aparentemente inestable, así que decidimos obligarle a mojarse los tobillos para cruzar el río por su cauce. Para ello le quitamos las alforjas, con gotitas de sudor ya empapando nuestras frentes y el olor a miedo de burro metido hasta el alma. Vaciamos la de Ainzúa para coger del fondo el ramal largo, de unos cuatro metros. Se lo atamos. Casi arrastras conseguimos que se acerque a la orilla del río. Paso el otro cabo del ramal a la otra orilla y comienzo a tirar. El burro se defiende como un león. No avanza, pero tampoco nos gana terreno tirando hacia atrás. Cada milímetro que le ganamos es asegurado por mí girando la cuerda en un tronco de árbol. Casi me parto un brazo haciéndolo. Ainzúa cruza la pasarela y viene en mi ayuda. Desenredo la cuerda del árbol y ahora sí. Es cuestión de huevos. Cuatro navarros contra cero de burro (está capado ya saben). Como una sokatira absurda, el burro tira de su ramal desde una orilla y nosotros lo hacemos desde la otra. “¡Venga rediós!”, nos animamos el uno al otro a echar el resto. Avanza un centímetro, dos, tres. Sabemos que en cuanto toque el agua con las pezuñas delanteras habremos vencido. Un último tirón, grito de malabestias y lo conseguimos. Mete una pata, luego la otra, y el resto lo hace sólo para salir cuanto antes del agua.
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Estamos literalmente reventados, pero felices. Al burro le dejamos suelto para que se relaje. No parece estar muy estresado porque enseguida se pone -como siempre- a zampar a diestro y siniestro. Nosotros nos sentimos como si hubiésemos acabado una etapa, pero no hemos hecho más que empezar. Optamos por descansar un rato, fumarnos el pitillo de la victoria y reconciliarnos con nuestro burro. Durante unos instantes se han apoderado de nosotros unos instintos homicidas de los que no nos sentimos muy orgullosos, pero ya nos hemos sosegado. No obstante, entendemos, lamentablemente, que a lo largo de la Historia estos animales hayan sido tratados a palos por gente más ruda y menos civilizada que nosotros.
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Bien, esa es la historia verdadera, cuya continuación ha sido una etapa en la que ha habido más ríos. Auténticos torrentes de agua que inundaban los caminos. Algunos los ha vadeado renqueante, pero otros ha demostrado la misma asnez que les he descrito. En uno de los pasos, hemos tenido que levantar el cercado de un prado como paso alternativo a un triste arroyo. Con la tontería de pararnos en cada charco, río o regata, la etapa se ha hecho más larga que un día sin pan (aunque ha habido bocatas de chorizón, el chorizo pamplonica de toda la vida). Etapa dura, tediosa, incómoda. Con decirles que hemos llegado a las siete de la tarde…
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Les dejo ahora a ustedes de nuevo con mi cuadrúpedo compadre, burro de buena prosa pero de dudosa credibilidad. Lean sus patrañas y diviértanse con sus relatos. Nosotros le queremos mucho a la noble bestia pero les aseguro que hoy, gracia no nos ha hecho ninguna.
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Estooo, ejem, bueno, soy Maxari de nuevo. Lo que ha relatado Mikel es lo que básicamente les iba a contar yo, pero en fin. Cada uno cuenta la feria desde su asiento. Por cierto, lo que no cuenta Mikel es que un río sí que he cruzado. El Miño, justo a la entrada de Portomarín. Ahí es nada.
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Lo que ocurre es que con el paso de los días, mis compadres se están volviendo un poco gruñones. Tendrían que haber visto sus caras cuando, mojados como pollos, agotados y con los músculos doloridos, han entrado a su habitación y se han encontrado que todas las literas estaban llenas de gente fresquísima, hablando a voces, echando risas y oliendo a pies sudados. Ellos se han tenido que acomodar en unas literas de sobra, sin sitio para sus cosas. It´s the Way!
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Y es que después de recorrer 700 kilómetros más solos que un eremita en el Polo Norte, encontrarse con una marabunta de turigrinos en su mayoría que vienen a ganarse el favor del Santo con 100 kilómetros de nada, les ha sabido a cuerno quemado. Como cuando llegaban alegres y limpios los soldados voluntarios a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, henchidos de orgullo y ansiosos de gloria y medallas. Y los veteranos del batallón, sucios, mal afeitados y cínicos tras meses de privaciones y olor a muerto, los miraban desfilar y deseaban que les cayese un bombazo cerca, o que les pegasen un tiro en el culo (en el caso de mis compadres bípedos llámenlo ampollas o tendinitis) para templar sus ánimos y espabilarlos. En fin, pese al mosqueo inicial, tendrán que acostumbrarse, pues todos los peregrinos, independientemente de sus motivaciones o los kilómetros que lleven en ristre, están en la misma batalla. Esperemos que mañana no sea tan difícil de ganar como la de hoy.